Bajo el cielo eterno.


1.- Sorpresa.



Los fogones, las ollas, las cazuelas... Todo parecía trabajar a una velocidad frenética. Un muchacho rubio, Sanji, con un ojo tapado por su mismo cabello iba de una banda a otra de la cocina, callado, sin ninguna expresión en su pálido rostro, vestido de negro. Ninguna expresión salvo...
- ¡Mellorineeeeee~! - ese gritito emocionado cada vez que divisaba una mujer joven y bella. Se acercaba siempre a ellas bailoteando sonrojado, ofreciendo algún tipo de vino a canapé, por supuesto, gratis. Lo que despertaba el enfado del chef del local.
- ¡Déjate de tonterías, mocoso! - gritaba, siempre con voz grave que resonaba y llamaba la atención de todo el lugar.
Y esta noche era una de esas.
Tras otra de sus disputas, el rubio salió por una de las puertas traseras del lujoso restaurante, situada en un callejón. Desde ahí podía observarse la aglomeración de gente y vehículos que ocupaban la ciudad, los edificios iluminados, que captaban la atención de aquellos que los observaban y, en cierto modo, daban encanto a la ciudad.
Suspiró y sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño paquete de cigarrillos y un mechero. Encendió uno y se lo llevó a la boca mientras se apoyaba en una pared, y, tras dar la primera calada, expulsó lentamente el humo, notando cómo recorría su garganta. Observaba la ciudad pensativo, en silencio, mientras una suave brisa golpeaba su cabello. Estaba tranquilo, hasta que unos sollozos ahogados provenientes del final del callejón le devolvieron a la realidad. Volvió la vista atrás, intrigado por saber qué sería. No se movió un milímetro hasta que, escuchando con atención, se percató de que era una chica la que se ocultaba al final de esa oscura callejuela. Sin dudarlo un momento se dirigió hasta allí, y detuvo el paso al ver que efectivamente era una chica la que sollozaba. La miró un momento, observando con cautela su aspecto.
Dedujo que tendría unos 16 años. Su piel, de tez pálida y perlada, resaltaba sus marrones ojos apagados; cabello largo y azulado, que recorría toda su espalda. Todo eso, combinado con su esbelto cuerpo, hizo que el rubio sólo pensara por unos momentos lo preciosa que era. Se arrodilló frente a ella, percatándose de que, ocultado por su cabello y manos, tenía el rostro bañado en lágrimas.
- Eh, eh... - susurró, cogiendo con delicadeza sus manos y apartándoselas.- ¿Qué te ocurre?
Ella siguió cabizbaja, hasta que lentamente alzó la cabeza y le miró sin cesar el llanto. Sanji no pudo evitar sonreír al ver con mejor claridad su rostro, aunque empañado por aquella salada agua. E inmediatamente con un dedo secó unas lágrimas que recorrían sus mejillas.
- Vamos, qué te pasa.- volvió a decir en un susurro, acariciando con suavidad una de sus sonrosadas mejillas para tranquilizarla.
No respondió, se mantuvo en silencio aún mirándole. 
Suspiró.- Al menos levántate... - Teniendo agarradas sus manos intentó levantarla, pero un quejido de dolor de esta hizo que volviera a soltarla.
Preguntó de nuevo, esperando una respuesta. Esta vez, por fin la tuvo. Deshizo el agarre del chico y señaló su propia pierna izquierda, dejando ver una herida algo profunda rodeada por sangre ya seca, lo que despertó la preocupación del rubio.
- ¿¡Qué demonios...!? - exclamó, mirando la causa de su llanto.- Vamos, hay que llevarte a un hospital.
Dicho esto, con cuidado y al tiempo que se incorporaba la cogió en brazos y la agarró con fuerza. Ella por su parte, con ambas manos se aferró a su camisa, temblando ligeramente. Sanji la miró preocupado, pensando un buen lugar por el que pasar desapercibido. De pronto se le ocurrió la mejor y única opción.
- Marimo... - murmuró entre dientes, deseando no tener que recurrir a aquello.
Suspiró mosqueado con él mismo y, aprovechando que era la hora de descanso y en la cocina no habría mucho movimiento, volvió a entrar al lugar en silencio. Sonrió de lado al ver que no había nadie y, con cuidado, sentó a la chica en una de las sillas que ocupaban la estancia.
  • No hagas ruido, ¿vale? - le susurró sonriendo y le guiñó un ojo, acariciando por última vez su mejilla antes de salir de la cocina y estar en la parte del comedor. Buscó apresurado entre la gente una cabellera verde, con el ceño fruncido por ser lo único a lo que podía recurrir. No tardó demasiado en encontrar al dueño de ese extraño cabello y se dirigió hasta él, refunfuñando.
  • ¿Qué quieres, cejas de sushi? - dijo este, enojado nada más ver al rubio.


2.- Marimo idiota.

- ¿Qué quieres, cejas de sushi?
El mencionado chasqueó la lengua, apartando la mirada al estar frente a él.
- Necesito que me lleves a un sitio, es urgente.
- ¿Crees que te haré ese favor, idiota?
- ¡No me jodas, es urgente!
  Estos dos compartían una gran rivalidad, por diversas razones que, ni yo sé. El llamado 'Marimo', de nombre Roronoa Zoro, era un hombre alto, con un porte musculoso, de 19 años de edad. Siempre llevaba una expresión seria en el rostro, que, a veces, llegaba a dar miedo. Era el tipo de persona que no se fía ni de su sombra. Le caracterizaba su ya nombrada cabellera verde, y una gran cicatriz que recorría en diagonal su torso, causada por su mayor afición y sueño: el kendo. Solía llevar ropa sencilla, basada en pantalones y botas color negro, y camisas, la gran mayoría a manga corta, que iban cambiando de estilo.
Aunque no le agradaba cruzar miradas con el rubio, su trabajo le obligaba a hacer guardia de vez en cuando en los locales de la ciudad en busca de criminales, pues era policía en una pequeña comisaría.
Le miró con rabia, frunciendo el ceño.- ¿Qué es tan urgente para ponerte así?
Sanji volvió a ladear la cabeza hacia él, dudando si debía contarlo o no. Guardó silencio unos segundos antes de responder.
- Por favor... - murmuró entre dientes.- Ven a la cocina y lo verás.
El otro suspiró con resignación y cruzó los brazos, asintiendo brevemente con la cabeza. Sin decir nada más, el rubio volvió a dirigirse a la cocina, señalándole a Zoro que le siguiera. Una vez allí desvió la mirada hacia donde estaba la chica, encontrándosela cabizbaja y, quizás, asustada. Se acercó a ella y con cuidado posó el dorso de los dedos bajo su barbilla, le alzó la cabeza para mirarse ambos y sonrió.
- Necesito que nos lleves al hospital en tu coche, ya ves que está herida.
- ¿Te has vuelto loco? - respondió cortante.- ¿Acaso la conoces? No deberías fiarte.
Suspiró aguantando las ganas de arrearle una patada.- Si no es de fiar es mi problema. Pero es una dama herida y me necesita.
- Tsk.- Lo pensó un momento al percatarse de la herida de la chica, la cual los observaba a ambos confusa. Suspiró.- Volveréis vosotros por vuestra cuenta, no pienso dar dos viajes.
Sanji sonrió ante su respuesta, e inmediatamente volvió a coger a la peliazul en brazos.- ¿Dónde está tu coche?
- Soy policía. Por supuesto está aparcado en un lugar escondido.
- Déjate de rollos y llévame.
Le miró mosqueado, dando media vuelta para volver a salir al comedor.
- ¿Piensas salir así?
- ¿Así, cómo?
- Con ella en brazos.- respondió encogiendo los hombros.
- Eres policía, ¿no? - dijo imitando su anterior respuesta.- Si alguien pregunta di que es un caso privado.
Rió con tono burlón, abriendo lentamente las dos puertas que conectaban la cocina
al comedor. Ambos salieron de aquella estancia para entrar a otra, evitando las miradas y murmullos referidos a ellos por parte de la gente de la sala. Mantuvieron el silencio, sólo dirigiéndose al frente. Una vez estuvieron frente a la puerta de entrada y salida, Zoro abrió esta dando paso a las ya menos aglomeradas calles, pues eran altas horas de la noche.
- Vamos, ¿y tu coche? - preguntó Sanji, mirando el estado de la chica. Sus ojos estaban rojizos a consecuencia del anterior llanto, y con una de sus manos calmaba como podía la herida de su pierna, acariciándola.
- Ahí.- señaló un coche familiar de cuatro plazas color negro, aparcado a un par de calles más que el restaurante.
El rubio suspiró con aires de decepción.- ¿Eso es un lugar escondido...?
- ¿Quieres que te lleve al hospital o no?
- Sí, sí.- respondió con un toque de rintintín. 
- Pues calla.
Volvieron a caminar hacia el vehículo, ambos con aire enojado. Una vez frente al dicho, el peliverde se acercó a la puerta del piloto, sacando de uno de los bolsillos de su pantalón una pequeña llave plateada. Introdujo esta en la clavija de la puerta y la giró a un lado, dando lugar a que tanto esta como las demás puertas se abrieran tras oírse un chasquido.
- Vamos, entra.- habló Zoro, entrando a su lugar de piloto.
A esto Sanji asintió con la cabeza y, sin soltar a la chica, con cuidado, abrió por completo una de las puertas traseras. Seguidamente sentó despacio a la peliazul, sin que su herida rozase con nada, y se sentó a su lado.
- Al hospital, corre.
- No me hables como si fuera un taxista o te dejo aquí.
- ¡Date prisa!
- Tsk... - chasqueó la lengua y, con la misma llave que había abierto anteriormente las puertas, arrancó el motor del coche, introduciendo esta en otra clavija que había junto al volante.
Comenzó a conducir, dirigiéndose al hospital más cercano, pero con su orientación...
- A la derecha... - dijo el rubio en un suspiro agotado, enojado por su pésimo sentido para orientarse.
Entre el camino, y unas cuantas indicaciones a Zoro para llegar al hospital, Sanji se giró a mirar a la chica.
- Eh... - le susurró, haciendo por fin le mirara.- Si puedes hablar dime tu nombre al menos, por favor...
Esta le miró callada, pensándolo. O eso daba a entender su silencio hasta que por fin, en voz baja y ahogada, le respondió:
- Vivi...
Suspiró aliviado, sonriendo levemente al escuchar al fin su dulce voz.- Precioso nombre, Vivi. ¿Te duele mucho la pierna?
Ante esta pregunta la peliazul agachó la cabeza y asintió con esta, volviendo a cristalizarse sus ojos, y se mordió el labio inferior.
  • ¡Date más prisa, Marimo! - exclamó con fuerza, abrazando por, digamos instinto, a la chica para tranquilizarla.


3.- Por principios.

  • ¡Date más prisa, Marimo!
  • No voy a superar el límite de velocidad por esto.- respondió cortante, sin cambiar su seria expresión.
Sanji apretó los dientes, pues siendo policía no podía contradecir sus propias normas.
  • Tranquilízate... - susurró a Vivi, sin dejar de abrazarla.- Pronto te verá un médico.

Y, en efecto, tras dar unas cuantas vueltas innecesarias, llegaron al centro médico más cercano al restaurante, algo alejado de la zona céntrica de la ciudad. Zoro detuvo el vehículo a las puertas del lugar, esperó a que Sanji saliera de él con la chica en brazos y volvió a arrancar.
  • ¿A dónde vas?
  • No puedo dejar el coche aquí, me voy.
  • ¿¡Y cómo piensas que vuelva!?
  • Averíguatelas. Ya dije que no daría dos vueltas, y no me es rentable fiarme de alguien que no conozco.- finalizó refiriéndose a la chica, marchándose después a la misma velocidad con la que había venido.
El rubio gruñó molesto, pero dirigió su atención a la chica, la cual se mostraba con un somnoliento estado. Ya pensaría luego cómo volver.
Entró al centro, buscando apresurado un médico que les atendiera. No se veía gente en aquellos deprimentes pasillos, pues ya se rozaban altas horas de la noche. Caminó no muy rápido, fijándose en el camino por el que pasaba. En el suelo de mármol, podían distinguirse dos flechas a tonos verdes, que recorrían todo el trayecto hasta llegar a distintas salas de urgencias. A cada lado, pegadas a las paredes, filas de sillas azules y otra de camillas, cubridas por finas sábanas.
Se quedó pasmado observándolo todo despacio, hasta que vio una joven enfermera acercarse a ambos. Esta no aparentaba más de 30 años. Llevaba como vestuario una falda repegada hasta medio muslo, con estampados florales; suéter a color negro, de cuello largo y tela de invierno. Y, por encima de estas prendas, una larga bata blanca, que la diferenciaba como enfermera. Su cabello era rubio, corto y ligeramente rizado, que resaltaba sus ojos color miel y tez pálida. Labios no muy carnosos, adornados por un leve pintalabios que les daba brillo.
  • ¿Qué os ocurre? - preguntó esta, mostrándose seria al ver el estado de la peliazul.
  • Es ella, está herida desde hace un rato.
Al detectar su herida en la pierna, la enfermera alcanzó una de las camillas y la acercó a Sanji, indicándole que recostara ahí a la chica. Este obedeció y, una vez la dejó sobre la camilla volvió a mirar a la otra mujer.
  • ¿Quién es? - preguntó, empujando suavemente la barra que hacía de cabecero de la camilla para mover esta, avanzando así por el pasillo.
  • Es... - caminó a su lado.- mi hermana menor.- No pensaba decir la verdad. De esa forma sólo lograría que la internasen en un centro para jóvenes o hasta un orfanato.
  • Ya veo... ¿Qué le ha pasado?
  • Trabajo en un restaurante. Al salir para un descanso la he encontrado herida y buscándome, se ha desmayado y no me ha dicho nada.
Agachó la mirada, viendo a la chica.
  • Parece infectada... Debemos darnos prisa.
Pasados unos minutos detuvo la camilla frente a las puertas de una sala, abrió estas lentamente y entró, empujando por delante la camilla. Sanji la siguió, curioso por saber a dónde iría.
  • Dra. Kureha. - dijo, señalando con la mirada a otra enfermera de aspecto más maduro.- Esta chica necesita ayuda.
La mencionada se acercó a ellos como si nada, sonriendo de lado.
  • ¿Sois felices? - esta pregunta extrañó al chico, quien, ahora con más atención, se fijó en el aspecto de la mujer.
No parecía ser tan mayor. Era alta, con un aspecto bastante juvenil basado en pantalones de distintos colores, y una camisa que dejaba ver su esbelta cintura, a partir del ombligo. Su cabello, largo y color crema, ocupaba hasta la mitad de su espalda, y sus ojos estaban tapados por unas modernas gafas de sol.
Miró a Vivi, torciendo su sonrisa a una mirada seria.
  • ¿Cuánto tiempo lleva así?
  • Puede... Que una hora aproximadamente.- contestó la enfermera más joven.
Sanji las observó, arqueando ligeramente una ceja.
  • Eh, vieja... - recibió un golpe no muy fuerte en la cabeza antes de continuar hablando.
  • ¡No me llames vieja, mocoso! ¿Qué manera es esa de hablarle a una mujer?
Gruñó.- ¡No me des golpes y ocúpate de ella!
Ambos se callaron tras aquella respuesta. Kureha, por su parte, suspiró y dio media vuelta, dirigiéndose a una mesa que había en el centro de la sala. En ella, de un pequeño maletín, sacó unos utensilios de medicina.
  • Sal de la habitación, rubio.- pidió, volviendo a acercarse a la chica.
Quiso quedarse, pero fijándose de nuevo en la peliazul obedeció sin rechistar, dando media vuelta hacia la salida.
  • Avísame cuando hayas acabado, por favor.
  • No me tutees.- fue lo último que escuchó, antes de salir completamente del lugar.
Se sentó en una de las sillas que predominaban el pasillo contiguas a la habitación y esperó. Pasados 30 minutos comenzó a impacientarse y sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su pantalón, ignorando las advertencias de que no estaba permitido fumar en el interior de hospitales. Antes de que pudiese encender en primer cigarro, la enfermera más joven se asomó por la puerta con una amplia sonrisa, captando su atención.
  • Ya puedes pasar.
Este se levantó del asiento y, llevándose el cigarrillo aún sin encender a la boca, volvió a entrar a la sala. Vio a la llamada Kureha limpiando de sangre sus utensilios y a Vivi sentada en la camilla, mirándose el muslo ya vendado. Se acercó a ella y sonrió.
  • Vivi... ¿Estás bien?
Esta alzó la vista y le miró somnolienta, sin responder a su pregunta.
  • Amnesia. - interrumpió Kureha.- Tiene amnesia, además de un pequeño shock. Por eso no habla por ahora.
Esto llamó la atención del rubio, quien la miró sorprendido.
  • ¿Pero por qué...?
  • Es tu hermana, ¿no? Ya hemos curado sus heridas, ahora quien debe ocuparse de ella eres tú. No está lo suficientemente grave como para poder ingresarla aquí.
  • Pero... ¿Qué hay de la amnesia y el shock?
  • Ahí no podemos hacer nada. No tiene amnesia completa, así que para recordar lo que haya olvidado debe volver a su entorno. Y el shock no es grave, sólo un simple susto.- Miró a la chica y suspiró antes de continuar.- Si es tu hermana cuida de ella y no tardará en recuperarse.
El hablado guardó silencio. Podría haberse metido en un lío, pero como el caballero que era no iba a cuestionar sus principios, por lo que decidió ocuparse de ella.
  • La cuidaré.
Ambas enfermeras sonrieron ante su respuesta y, mientras la más joven terminaba de examinar a Vivi, Kureha preparó un pequeño informe y se lo dio a Sanji.
  • Aquí viene escrito lo que le sucede y lo que debes hacer en caso de que empeore. - Explicó. - También un número de contacto privado del hospital y un par de medicamentos que le vendrán bien si ves que lo necesita.
Tras leerlo un poco, lo dobló con cuidado y lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Se giró para ver a la que iba a ser, por ahora, su hermana menor, y la vio en pie, ayudándose de una muleta. Aún se la veía somnolienta, y el rastro de haber llorado ya era casi inapreciable en sus ojos.
  • No dejes que camine muy rápido y fuerte.- habló la enfermera más joven.- Podrían abrirse los puntos de la herida.
Este asintió con la cabeza y se acercó a Vivi, cogió una de sus manos con delicadeza y susurró con una tierna sonrisa:
  • ¿Estás lista?
Ante esto, ella agachó la mirada y sonrió levemente, murmurando con algo de dificultad:
  • Sí... Vámonos.


4.- Mi hermana.

Ante aquello, Sanji sonrió y muy lentamente comenzó a andar.
- ¡Ah, espera! - exclamó la joven enfermera, llamando su atención. - ¿Cómo volveréis?
- Ehh... - guardó silencio unos segundos. Había olvidado por completo que su único transporte se había largado. - Iba a llamar a un taxi, pero no tengo teléfono...
- Toma. - le ofreció un teléfono móvil que acababa de sacar de uno de los bolsillos de su bata. - Llama a un taxi, si no tienes dinero puedo prestarte algo.
Él sonrió avergonzado, tomando el teléfono en sus manos.
- Gracias, y disculpa... - marcó el número de servicio de transporte y pidió un taxi, indicando la dirección concreta en la que se encontraba. Seguidamente devolvió el teléfono a su dueña, a la vez que esta le ofrecía un pequeño fajo de billetes.
  • Es suficiente para un viaje largo. Puedes quedarte lo que sobre.
Sonrió con un ligero rubor, cogiendo el dinero.
  • Gracias, mil gracias.
Kureha avanzó hacia la puerta, y abrió esta con una amplia sonrisa pícara, dejando paso a los dos jóvenes. - Ayúdala a caminar.
Este tomó la mano de la chica y comenzó a caminar muy lentamente. Ella detrás, apuntando al suelo con la mirada.
  • ¿Puedes? - susurró el rubio, observando cada paso que ella daba. Caminaba muy lentamente, con un ligero temblor en el brazo debido a la fuerza que ejercía sobre la muleta. Suspiró al ver que no repondía.
  • Quizás debería llevarla a cuestas hasta la salida...
  • Maya, trae una silla de ruedas. - mencionó Kureha, dirigiéndose a la otra joven.
Esta asintió con la cabeza, salió de la sala y al minuto volvió a entrar, trayendo con ella lo pedido por Kureha. Sanji, caminando lentamente con la peliazul, se acercó al asiento, para después ayudarla a sentarse.
  • Oye. - habló Kureha, mientras el joven cocinero se colocaba tras la silla para moverla. - Avisarás a tu familia, ¿no? Deben saber esto cuanto antes.
Guardó silencio, pues dependiendo de su respuesta podría complicar aún más las cosas.
  • Sí. Hoy dejaré que duerma en mi casa, y mañana llamaré a sus padres.
Creyendo que era su hermana, por padres se deduce que se refiere también a sus tíos “postizos”.
  • Pues, venga, ya es tarde y necesitáis descansar.
Finalizada la conversación, y empujando con lentitud la silla, salió de la sala, dejando atrás a ambas enfermeras.
De vez en cuando, en el camino, asomaba la cabeza para ver a Vivi, encontrándose que estaba casi dormida. Así que se dio prisa, nada más haber salido del centro. Apuntó la vista a un lado y divisó un taxi detenido frente al edificio, sin ocupantes en él, por lo que supuso que sería el que anteriormente había pedido. Se acercó y, en efecto, era el suyo. Ayudó a Vivi a entrar y sentarse de la mejor forma, cogiéndola en brazos. Dejó la silla junto a la puerta del hospital, en una fila compuesta por más de esta, y entró él al taxi, sentado junto a la peliazul.
Mencionó al conductor la dirección a la que quería ir, y este puso en marcha el vehículo. Durante el camino no se escuchó palabra, pues ya era tarde y ambos pasajeros estaban somnolientos, uno más que el otro. No tardaron mucho en llegar a su destino.
Era una calle antigua, solitaria y oscura, iluminada sólo por un par de altas farolas y el reflejo de luz de la Luna, con no demasiados edificios.
  • Espere aquí, por favor. - pidió Sanji al conductor, mientras salía del vehículo. Se acercó a una pequeña casa, la más moderna que podías encontrar en aquel lugar. Alzando la vista podían divisarse cuatro ventanas, una compuesta por dos unidas. La fachada, color beige, estaba compuesta por ladrillos, que podían verse a simple vista ya que la pintura estaba algo desconchada. Metió la mano en uno de los bolsillos de su elegante chaqueta, y sacó una pequeña llave de acero. Introdujo esta en la cerradura de la puerta, la giró a un lado y se escuchó un leve chasquido, indicando que por fin se había abierto. Volvió a guardar la llave y se acercó al vehículo, con el pequeño fajo de billetes que anteriormente le había dado la enfermera en la mano. Pagó al conductor, con lo justo, lo que el contador del taxi indicaba y, con cuidado, para ayudarla a salir, cogió a Vivi en brazos, quien ya se encontraba dormida. Una vez salieron del coche, este se marchó a no mucha velocidad, dejando a los dos jóvenes solos en aquellas calles.
  • Bueno... - suspiró. - Hoy tendré compañía.
Entró a la casa, dando una buena vista de ella a quien pasara frente a la puerta.
Era elegante, pero sencilla. La entrada daba paso a un pequeño salón con grandes ventanales, paredes pintadas a color beige, una televisión no muy grande centrando la sala, sobre una mesa de área algo mayor, y un sofá de cuatro plazas delante, color azul marino. Conectadas al salón había otras dos puertas. Una, la puerta que conectaba al aseo. Otra, un pequeño pasillo, que a su vez daba paso a otra dos puertas, las habitaciones de la casa. Sanji, aún cargando a la peliazul, entró a una de las estancias, dejando ver esta. No era muy grande, sólo lo suficiente como para dos personas; frente a la entrada había dos ventanas, colocadas en la pared a la altura de la cabeza. En la esquina con aquella pared, un armario de madera clara, casi a la misma altura que la habitación. Frente al armario una cama, lo suficientemente grande para caber dos personas. En la pared, a la izquierda de la cama, un espejo con marco antiguo, de la misma altura de la pared.
Se quedó en la puerta un momento, observando el cuarto hasta que por fin entró. Se acercó a la cama y, con cuidado, tumbó a Vivi en ella. No la deshizo antes, así que para resguardarla del frío la cubrió con una sábana que sacó del armario.
  • Me tocará el salón... - dijo para sí en un suspiro, pues estando la chica en su cama no querría molestarla.
Estiró los brazos y sacó otra sábana del armario, para después ir al salón y colocarla sobre el sofá. Se quitó con lentitud su elegante chaqueta, seguido de sus zapatos, y se tumbó en su descanso temporal. Poco durmió aquella noche, pues pensar en qué haría a partir de ahora era algo que no le dejaba dormir.


Y a la mañana siguiente...



5.- Rutina.   

Despertó con un ligero dolor de cuello, pues no estaba acostumbrado a dormir en esas condiciones. Se frotó un poco la nuca, se desperezó y se aseó un poco en el baño, para después ir a la habitación en la que había dormido su invitada. La encontró sentada en la cama, de piernas cruzadas y cabizbaja, observando con cautela y curiosidad los vendajes que le cubrían medio muslo. Sonrió al ver que se encontraba bien y despacio se acercó y sentó junto a ella, en el filo de la cama.
– ¿Estás bien, Vivi? – preguntó, mirándola con cariño.
Ella le miró, aún con expresión de no saber qué, y le respondió casi en un susurro:
– … ¿Qué es esto?
– No recuerdas nada, ¿no? Ayer te encontré herida – señaló sus vendajes con la mirada y suspiró. – y te llevé al hospital.
Vivi le miró, aun con aquella expresión.
– Pero... – calló. Y él suspiró, guardó silencio y dijo sin preámbulos:
– Tienes amnesia. Por eso no recuerdas nada. Sólo tu nombre y algo más, supongo..., Vivi.
– … Sí... – no pareció tomárselo mal o con nervios. Sino todo lo contrario, pareció meditarlo. – ¿Y tú quién eres? – guardó silencio unos segundos y continuó–: Por favor...
– Sanji. – sonrió orgulloso, se arrodilló con una sola pierna doblada en el suelo a modo de cortesía y cogió una de sus manos para besarla. – El que se encargará de ti hasta que te recuperes.
Le miró con algo de sorpresa y ruborizada, pues podía notarse en sus mejillas. Visto que no sabía qué responder, Sanji continuó hablando:
– ¿Quieres desayunar algo? Se va a hacer tarde.
–Ah... Claro. – sonrió de forma leve, moviéndose un poco hasta dejar las piernas colgando fuera de la cama y se levantó despacio, agarrando aun la mano del joven cocinero.
– ¿Te duele?
– No... No, estoy bien.
– Si en algún momento te duele dímelo, ¿de acuerdo?
Sonrió, bajando la mirada al suelo.
– Sí... Lo prometo. – y comenzó a andar lentamente, cojeando un poco.
Tardaron un par de minutos en llegar a la cocina, y una vez allí, con cuidado, Sanji la ayudó a sentarse en una de las sillas que rodeaban una mesa no muy grande.
La sala era algo más pequeña que el salón, pero era, con diferencia, la parte más pulcra y cuidada de la casa. A un lado, como ya está mencionado, una mesa para dos personas, pegada a la pared. Ni que decir tiene que junto a ella se hallaban las dos sillas complementarias. Al otra lado, un espacio de grises azules centrados en la pared, donde colgaban de forma ordenada los utensilios de cocina. Bajo estos, sobre una encimera, una vitrocerámica con cuatro fuegos y un fregadero, ambos de misma área; a su derecha, una nevera, algo más alta que Sanji. En los muebles de la encimera un horno y un par de cajones, donde guardaría todos los cubiertos. Y, recto al fondo, una ventana, que daba vista a toda la ciudad.
– ¿Qué quieres desayunar? – preguntó él, dirigiéndose a Vivi y subiéndose a la altura del codo las mangas de su camisa. Le miró con curiosidad, algo embobada.
– Lo que quieras...
Sonrió de lado y exclamó animado:
– ¡No te arrepentirás! – y se dirigió a la nevera, para sacar de ella un par de piezas de distintas frutas. Las lavó con agua y comenzó a crear, como algunos solían decirle.
Vivi observó todas sus acciones, prestando atención a cada una de ellas.
– ¿Eres cocinero?
– ¡Sí! Trabajo en un restaurante, el Baratie. ¿Lo conoc...? – se calló antes de acabar la pregunta, guardó silencio y prosiguió:– Lo siento...
Ella rió, negó con la cabeza y le sonrió:– No te disculpes... Podrías llevarme algún día, y así lo veo.
Suspiró aliviado al ver que no le había dado importancia y siguió con su tarea, hablando entre tanto con ella.
– Estaré encantado de llevarte. Pero antes debes recuperarte... ¡Ah! Tengo que avisar al viejo...
– ¿Viejo? – le imitó, curiosa por saber a quién se refería.
– Sí, bueno... El dueño y chef del restaurante. Tengo que avisarle, estas próximas semanas no iré...
– Hmm... –  agachó la mirada de forma leve, dirigiendo esta a los vendajes de su pierna.
– ¿Te duele?
– No, no es eso... Es que perderás dinero por tener que estar pendiente de mí...
Soltó una carcajada, ladeando la cabeza para verla.
– No te preocupes por ello, tengo dinero de sobra. Además, él encantado con no tener que pagarme el tiempo que no vaya.
Se mostró sorprendida ante esto y comenzó un breve interrogatorio.
– ¿No le va a importar perder trabajadores? Si es un restaurante...
– Se mosqueará. Pero descuida, que no pasa nada.
– Bueno... Debéis de tener buena relación entonces.
Tardó un momento en responder a esto, y su sonrisa había cambiado a una melancólica.
– Es..., mi padre. – lo dijo en un tono no muy convencido, todavía pensándolo. – Más bien el que me crió. Ahí podría decir que estoy como tú ahora.
Ambos guardaron silencio, dejando escucharse sólo los utensilios de cocina en uso.
– ¡Ya está! – se dio la vuelta y se colocó frente a Vivi, portando en sus manos una macedonia de frutas sobre un bol, acompañada de un pequeño cubierto de plata y un zumo frío. Los dejó sobre la mesa y exclamó servicial:– Espero que te guste, peliazul.
Esta observó aquello con un ligero rubor, esbozando una amplia sonrisa. Cogió con delicadeza el cubierto, en el que ya había pinchado un pequeño trozo de fruta y le dio un bocado, estremeciéndose al probarlo.
– ¡Está muy bueno! No sabe como las frutas normales...
– ¡Me alegra que te guste, mi dulce Vivi! – exclamó emocionado, juntando ambas manos. – Son frutas normales, pero les he añadido unas especias del restaurante, para darles más sabor. Y sobretodo llevan todo mi amor~
Rió al escucharle aquello y respondió:– Eres un genial cocinero, Sanji.
El mencionado sonrió muy ampliamente y le hizo una pequeña reverencia.
– A tu servicio, peliazul.
Ella por su parte continuó con su desayuno, y pasados unos minutos preguntó:
– ¿Tú no desayunas?
– No, no tengo apetito. Además creo que iré ya al restaurante, cuando antes comunique mi ausencia mejor. Pero... – calló.
– Pero..., ¿qué?
– No sé si debería irme y dejarte aquí...
– Oh, vamos. – contestó como si nada, sonriendo cómplice. – No va a pasar nada.
– Ya, pero... Tu herida es reciente, y necesitas ayuda para caminar.
Suspiró con algo de pesadez y lentamente se levantó de su asiento, apoyándose en la pared con una mano.
– ¿Ves? Yo puedo mantenerme en pie. – y dicho esto caminó un poco, lenta y cuidadosamente. Sanji se mantuvo a su lado, inclinando un poco los brazos hacia ella para el caso de que se tambaleara. – No me va a pasar nada.
Lo pensó mirándola y suspiró, dejándose convencer.
– Vale... No tardaré mucho en volver, así que procura quedarte en tu habitación sin moverte hasta que vuelva.
– ¿Eh? – parpadeó un par de veces y le miró sorprendida. – ¿Mi habitación...?
– Claro. A partir de ahora es la tuya.
– Oh... G-Gracias...
– Ni que fueran necesarias. – contestó entre risas. – Y, si me disculpas... – volvió a hacerle una pequeña reverencia, se agachó un poco y, con cuidado, la cogió entre sus brazos. – Así te ahorras el camino a la habitación. – y comenzó a andar hasta llegar, como había dicho, lo que ya era su territorio. Allí la sentó sobre la cama y sonrió al ver el rubor de la chica. – ¿Te ha molestado?
– ¡No, no! Estoy bien... Gracias.
– Me alegro. Entonces me iré ya. Tardaré poco, espera aquí, por favor. – finalizó, saliendo de la estancia para ir al salón. Cogió la chaqueta que dejó sobre el sofá la noche anterior y se la puso, se arregló un poco y, finalmente, salió de la casa.
Caminó tranquilo por las calles, con ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Corría una suave brisa, que golpeaba con suavidad su cabello. Durante el camino estuvo pensando sólo dos cosas; la primera, lo hablado con Vivi en el desayuno. Desde los diez años sabía que aquel hombre, el chef y dueño del restaurante, le había criado. Pero nunca le habían dicho por qué desde esa edad, ni lo que podría haberlo causado. Y lo segundo... Lo que, indefinidamente, a partir de ahora, iba a ser su nueva rutina.




6.- Nami.


Mientras que Sanji se dirigía al Baratie, Vivi se quedó en la que ahora, temporalmente, era la casa de ambos. Así que decidió investigar un poco en su nueva habitación. Con cuidado se levantó de la cama, y caminó lentamente hasta estar frente a la mesa del escritorio. Curioseó la única estantería que tenía la habitación, ocupada en su mayoría por libros. Detuvo la mirada en uno en especial. Cielo y Horizonte, era el título de este. Tenía como portada lo que el título describía; el agua aparentemente infinita del mar, que parecía arder con los rayos del sol al amanecer.
Lo dejó sobre la cama para ojearlo después, había llamado su atención. Ahora había un hueco que destacaba entre todos los demás libros, por lo que pudo ver el final de la estantería. Más bien lo que ahí había. Apartó un poco los demás libros y lo dejó ver; era una pequeña caja, color azul cielo, de aspecto algo deteriorado. Alargó un brazo hasta cogerla y la miró con curiosidad. Ocupaba el tamaño de su mano, y era bastante ligera. Con la mano libre quitó la tapadera que ocultaba el interior de la caja y la dejó en la cama, junto al libro antes mencionado.
Dentro sólo había un par de fotografías, de textura áspera y colores grisáceos, por lo que eran antiguas. Podían apreciarse los cuerpos de dos personas; una, un hombre rudo y alto, con un gran bigote trenzado y el vestuario habitual de un cocinero. Junto a él un chico de unos 10 años, con el mismo vestuario. Sólo tuvo que fijarse un poco para darse cuenta de que era su hermano, Sanji. Se le veía feliz, pensó. Dedució que el hombre alto que había junto a él sería el apodado viejo, su padre, entre comillas. Las observó con cautela, fijándose en cada detalle, hasta que volvió a dejarlas donde estaban. Suspiró y con cuidado se sentó en la cama, cogiendo antes el libro entre sus manos. Se recostó, cogió aire y abrió el libro, dejando ver una única frase como introducción: “Dichoso el que ve, que cielo y horizonte condenados están a tenerse que entender”. Y comenzó a leer, sumergiéndose en las páginas.
Mientras tanto, Sanji llegó al restaurante. Aún no era ni medio día, por lo que no había mucho movimiento en el lugar. Pasó entre las mesas con las manos metidas en los bolsillos, caminando tranquilamente. Nadas más entrar a la cocina se esfumó esa tranquilidad.
    ¿¡Dónde estabas, mocoso!? Llegas horas tarde.
    No grites, viejo.
    Tsk. – gruñó. – Vamos, ponte a trabajar.
    Por eso vengo. – hizo una breve pausa. – Voy a prescindir de trabajar un tiempo.
Adivinad de quién recibió la mirada asesina.
    Será broma, ¿no? – amenazó, con ese acento ruso característico suyo.
    No. – se encogió de hombros y sacó el informe que le había dado Kureha la noche anterior, mencionando los daños de Vivi. – Anoche encontré a una chica herida en la parte trasera del restaurante. Me tengo que ocupar de ella.
    ¿En la parte trasera? – comentó molesto, leyendo con rapidez el informe.
    Está en mi casa. La doctora que la atendió me dijo que me ocupara de ella un tiempo. Apenas puede andar, por lo que tengo que estar pendiente.
    Podrás venir aunque sean unas horas.
    Acabo de decir que no puede andar. Tengo que estar pendiente.
    No puedo prescindir de mis cocineros. – finalizó, cediéndole de nuevo el papel a Sanji.
Este le observó serio, volvió a guardar el informe en uno de los bolsillos de su pantalón y se giró.
    Lo dicho. No vendré en un tiempo. – inmediatamente se agachó al notar una rápida brisa de aire en la nuca. Dio media vuelta y frunció el ceño. – ¿¡Qué demonios haces!?
    No te he dado permiso para irte. – habló, intangible, el dueño del restaurante.
    Se incorporó, tras haberle asestado una potente patada al rubio.
    Tampoco te lo he pedido. – se encendió un cigarrillo con su inseparable mechero de oro y aspiró lentamente el humo, dejando que sus pulmones se inundaran de este. – Venía a informarlo.
Expulsó el humo y volvió a caminar, aproximándose a la puerta por la que había entrado. Esperó recibir otro ataque, pero salió del local sin percances. Una vez estuvo en la calle, observó una última vez el cada rincón del restaurante, para después volver a caminar hacia su casa, a paso tranquilo, aún con su cigarro entre los labios.
Tardó unos minutos en llegar. Suspiró y con tranquilidad abrió la puerta, dejando paso al interior tras volver a cerrar la entrada. Caminó hacia la habitación en la que dejó a la chica, esperando encontrársela recostada en la cama. Y, en efecto, ahí la encontró, sumergida en su lectura. Dio un par de golpes suaves a la puerta, llamando su atención.
    Vivi... – la llamó, casi en un susurro. – Ya he vuelto.
    ¡Sanji! – se incorporó un poco, sonriendo contenta. – Qué pronto vuelves.
    Te dije que no tardaría. – se sentó a su lado y observó el libro con curiosidad. – ¿De dónde lo has sacado?
    Ah, bueno... Me levanté un momento y lo vi en la estantería...
    Te dije que no hicieras esfuerzos.
    Lo siento...
    Vale, vale. – suspiró. – Estás bien, ¿no?
    Sí, sí.
    Bien, entonces... Todavía es temprano para preparar la comida. Y apenas puedes moverte...
    ¿Cómo ha ido en el restaurante? – habló la peliazul, adivinando lo que estaba pensando.
    No se lo ha tomado muy bien. – dijo en una carcajada. – Pero ya tengo todo mi tiempo para ti.
Ella agachó la mirada, con una tenue sonrisa.
    Gracias, Sanji...
    Ni se te ocurra. – respondió, con una cariñosa sonrisa. – Hasta que te recuperes soy tu hermano mayor. ¿Queda claro?
    Sí... – suspiró.
    Bien. Pronto saldremos a la calle.
    ¿Eh?
    Si vas a estar aquí necesitarás algo de ropa. No empezarás a ponerte siempre mis camisas.
Rió ante esto, mirándole ya más animada.
    Pero has dicho que no puedo andar demasiado.
    Y no puedes. Pero será en un par de días, cuando estés mejor. Y siempre puedo llevarte a la espalda.
    Idiota. – contestó, riendo.
    Lo que quieras, pero tu idiota hermano mayor. Además puedo llamar a una amiga para que nos acompañe.
    ¿Quién? – preguntó, con curiosidad.
    Nami. Tiene buen gusto. Y si nos falta dinero igual se ofrece a dejarnos algo. – esto lo dijo en un tono no muy convencido. – Ya hablaré con ella.
    Vale, vale. Suena bien.
    O... Si quieres cambiarte puedo llamarla, y que traiga algo de su ropa si no le importa.
    No quiero ser una molestia...
    No lo eres. Espera aquí.
Salió de la habitación y se dirigió al salón. Ahí, de encima de una mesilla, cogió un teléfono y marcó un número.
    ¡Nami-san~! – dijo en un gritito emocionado, cuando el receptor de la llamada respondió esta. – ¿Podrías venir hoy a mi casa, por favor? Y si pudieras traer algo de tu ropa... – se escuchó un grito proveniente del teléfono, que en realidad sería el grito de un demonio. – ¡No, no...!, ¡por Dios! Es que tengo una visita..., indefinida. Y no tengo ropa para ella. Por favor, Nami-san... – un par de segundos tardó en responder. – ¡Gracias, mil gracias, Nami-san~! – finalizó la llamada y se dirigió de nuevo a la habitación, danzando por el camino. – Vivi, en unos minutos vendrá Nami con algo de ropa.
    Oh... B-Bien, gracias.
    Tranquila, os llevaréis bien.
Y, como afirmó, en menos de media hora sonó el timbre de la casa. Sanji fue con rapidez a abrir la puerta, con una amplia sonrisa en su rostro.
    ¡Nami-saaaaaaan~! ¡Tan bella como siempre!
    Sí, sí. – respondió la mencionada con el menor interés, entrando a la casa. Era una chica de la misma estatura que Vivi, tez no muy oscura y ojos castaños, en un tono casi rojizo. Su cuerpo, al igual que el de Vivi, era de lo más esbelto. Y su cabello corto pelinaranja resaltaba el color de su piel. Llevaba una camisa a botones, rosada, de mangas largas, una mini falda negra y zapatos de tacón sencillos, no muy altos, también negros. En una mano llevaba una pequeña bolsa, seguramente donde llevaba la ropa. Parecía tener bastante confianza con Sanji. – ¿Dónde está tu visita?
    En una de las habitaciones~
Ambos caminaron por el pasillo, hasta llegar a la habitación en la que se encontraba nuestra peliazul. Estaba sentada en la cama, con la espalda erguida. Al verlos entrar sonrío calurosamente, sin decir nada.
    Esta es Nami-san. Se llama Vivi. – se acercó al oído de la pelinaranja y susurró:– Tiene amnesia...
Nami la miró con curiosidad al escucharle y sonrió ampliamente, acercándose a ella.
    Veo que no puedes caminar. ¿Me equivoco? – habló, con una sonrisa cómplice.
    No mucho...
    Sanji, espera fuera.
    ¿Eh? ¿Por qué? – respondió este, apoyado en el marco de la puerta.
    No querrás estar aquí mientras se cambia... ¿No? – ladeó la cabeza para verle, en un tono de voz amenazante.
    ¡C-Claro que no...! Esperaré fuera... – y salió del cuarto, con un ligero color rosado en sus mejillas. Se sentó en el sofá del salón, esperando el aviso de la pelinaranja para volver a entrar.
    Sanji. – la escuchó por fin, pasados unos minutos. – Ya puedes pasar.
Entró en la habitación con una amplia sonrisa, que se disipó al ver a Vivi.   
        – Vivi... ¡Estás preciosa! – exclamó, todavía más ruborizado.



 7.- Descubrimientos.

    ¿Con eso estás cómoda? – preguntó la pelinaranja, ignorando el efusismo del rubio.
    Sí... Muy bien. – llevaba una sudadera de tela fina, color granate, acompañada de las prendas que ella ya llevaba del día anterior; un pantalón corto color blanco y botas del mismo color, que no alcanzaban a llegar a la rodilla.
    En el armario te he dejado ropa para un par de semanas. – volvió a hablar Nami. – Sanji, ven. – avanzó hacia él y tiró suavemente de uno de sus brazos, hasta llegar ambos al salón. – ¿Qué le pasó?
    No lo sé. La encontré en la parte trasera de mi restaurante. – guardó silencio antes de continuar. – Estaba herida de una pierna, y como te he dicho tiene amnesia. Sólo recuerda su nombre, creo... La llevé al hospital y tengo que cuidar de ella hasta que se recupere.
Nami volteó la cabeza, volviendo a mirar, de reojo, a Vivi.
    ¿Y tu trabajo?
    Antes de llamarte fui a avisar que no iría en una temporada. – se encendió un cigarrillo, con total tranquilidad.
    ¿Y cómo piensas que vais a vivir sin dinero? 

    Tengo mis ahorros, no es problema.
    Tú no sabes ahorrar. – reprochó ella, cruzando los brazos. – Tienes que seguir trabajando. Si tarda demasiado en recuperarse se os van a complicar las cosas.
    No puedo estar pendiente de ella y trabajar a la vez. Además, ya le dije al viejo que no iría.
Vuelves y te reincorporas. – dijo en un suspiro. Es sencillo. En cuanto a Vivi... Puedo ayudarte a cuidarla.
    ¡No te molestes, Nami-san~!
Y, en cuestión de segundos, de su cabeza brotó una pequeña contusión.
    No me molesta siempre y cuando reciba un 40 por ciento de tu sueldo a cambio. Ahora tengo que ir a casa, ya nos organizaremos. – Y caminó hacia la puerta, con la cabeza alta.
    G-Gracias, Nami-san... – finalizó la conversación, frotándose con una mano el lugar de la contusión. Suspiró y volvió junto a Vivi, quien seguía sentada en la cama, mirando hacia la ventana que el cuarto tenía. – Vivi, ¿estás bien?
    Claro... ¿Por qué? – sonrió levemente, ladeando la cabeza para mirarle.
    Por nada... Me alegro. Ah, Nami se ha ofrecido a ayudarme contigo. Para no tener que dejar mi trabajo en el restaurante. Pero...
    ¿Pero qué? Lo prefiero así. No quiero que por esto tengas que dejar tu trabajo.
La miró, con una tierna sonrisa, y ambos se mantuvieron en silencio.

    Iré haciendo la comida. ¿Qué te apetece?
    Lo que quieras. Tengo comprobado que cocinas de maravilla. Aunque...
    ¿Sí?
    Sí que me gustaría ver lo que cocinas.
Él sonrió ampliamente, hizo una pequeña reverencia y exclamó:– ¡Te llevaré en brazos, peliazul~!
Y con cuidado así hizo, hasta dejarla de nuevo sentada junto a la mesa.
El día transcurrió normal; ambos comieron, comentaron algunas anécdotas que Sanji contó,... encajaron, por decirlo de alguna forma. Sobre la tarde/noche Nami llamó a Sanji.
    Bien. Gracias, Nami-san~ – fue lo único que Sanji dijo como respuesta a la llamada de la chica, antes de finalizar la misma.
    ¿Qué pasa?
    Lo que te dije yo antes. – sonrió. – Ella se encargará también de ti, sólo cuando yo tenga que trabajar.
Vivi, por su parte, sonrió muy levemente y susurró:– Muchas gracias, de verdad...
A partir de ahí, y hasta la noche, volvió a transcurrir todo sin problemas, y cada uno pasó la noche en su habitación correspondiente. Después, la mañana siguiente, Sanji se despertó temprano, mientras Vivi dormía aún.
Dirigió la vista hacia la ventana situada en una de las paredes, desde la que se podía apreciar el amanecer. La luz del sol naciente, combinada con la leve niebla que habían creado la humedad y el frío de la noche anterior, formaba un juego de luces y colores en el que perderse no le resultó un problema. Decidió por fin levantarse, se vistió con uno de sus habituales trajes, y, sin hacer ruido, dejó en la habitación de Vivi una nota que previamente escribió:

Aún es temprano y no me gustaría despertarte, pero tengo que ir al restaurante. Abren temprano y cuando antes llegue antes podré volver. Nami tiene unas llaves de la casa, vendrá antes de que te despiertes. En la nevera he dejado algo para que desayunéis y la comida, espero que os guste. Cuídate y por favor, no hagas esfuerzos, si necesitas algo tienes a Nami.
Sanji.”
Dejó el papel en la cama, junto a la chica, y salió en silencio de la casa. Se detuvo nada más dar un paso en la calle y se encendió un cigarrillo. Observó cómo la brisa de la mañana se llevaba el humo de aquella droga, como si nunca hubiera existido. Y comenzó a caminar, como siempre, con sus manos en los bolsillos de su pantalón. 



    ¿Al final has decidido venir, mocoso?
    Hola a ti también, viejo. – chasqueó la lengua molesto al ser aquello lo primero que escuchó por parte del mayor. No había nadie en el restaurante, por lo que se sentó en una de las mesas de este terminando su cigarro.
    Incompetente. – mencionó Zeff, el viejo, entrando a la cocina y dejando solo al joven rubio.
Mientras, Vivi ya estaba despierta, sentada en su cama y terminando de leer la nota de Sanji. Suspiró, incorporándose un poco.
    A ver qué hago...
    Para empezar no moverte. – aquello la sobresaltó, haciendo que volviera a sentarse. Era Nami, que, como en la nota decía, llegó también temprano. Se sentó junto a Vivi, con una amplia sonrisa. – Siento haberte asustado, pero Sanji dice que no puedes moverte.
    No importa, no importa... – suspiró aliviada al ver que era ella y sonrió. – Puedo andar, sólo debo ir despacio...
    ¿Necesitas ir a algún sitio o hacer algo en especial?
    No...
    Entonces nos quedaremos aquí. – se levantó, sin decir nada más, y al momento regresó con los desayunos de ambas sobre una bandeja que a su vez dejó sobre la cama. – Desayunaremos y nos entretendremos con algo.
Y así hicieron. Tras desayunar ambas, Nami dejó en el suelo de la habitación una bolsa, algo más grande a la que trajo la tarde anterior.
    Aquí he traído más ropa. – comentó sonriente, sacando de la bolsa un vestido algo..., provocador. – No sé cómo es tu estilo, así que puedes elegir. Como tenemos la misma talla da igual.
Vivi, contenta, miró con curiosidad las prendas de la bolsa y respondió:
    Muchísimas gracias, Nami...
    Toma, pruébate esto. – ignoró el comentario, mirándola con complicidad. Le ofreció una camisa azul grisáceo con un sólo tirante que la sujetara al hombro, acompañada de unos pantalones cortos, color blanco. – Te quedará bien.
Observó el conjunto curiosa y despacio se quitó las prendas que ya llevaba, para ponerse estas nuevas. No le importó que Nami estuviera delante, pues, de un modo u otro, ambas ya habían tomado confianza. Sin mencionar que nuestra pelinaranja prestó más atención a las demás prendas que a Vivi.
    Ya está. – se peinó un poco el pelo con una mano y se mantuvo erguida esperando la opinión de Nami, que la observó con sus manos juntas.
    ¡Te queda genial! Quédatelo, es nuevo y yo apenas lo he usado.
    G-Gracias. – sonrió levemente, con un ligero rubor.
El resto de la mañana la pasaron como tal, compartiendo tanto la ropa como las opiniones hacia esta. La última prenda que quedaba se la probó Vivi, dejando medio extasiada a la otra.
Llevaba un vestido azul noche, de tela fina y palabra de honor, que hacía juego con el azul cielo de su cabello. Ocupaba hasta algo más arriba de sus rodillas, donde comenzaban un par de volantes para finalizar la prenda. De todo lo que se había probado, aquello era probablemente lo que más realzaba su figura.
    Te queda precioso... – habló Nami, mirándola de arriba a abajo.
    Bueno... – agachó la mirada para verse, con el anterior rubor presente.
    Guarda este. En alguna ocasión especial te servirá.
    ¿Seguro? Es tuyo, no sé...
    Hace más juego con tu pelo que con el mío. – rió. – Ya es tuyo.
Ambas sonrieron, mientras que Vivi se quitaba el vestido con cuidado y volvía a ponerse lo que llevaba desde el principio.
La tarde se presentó tranquila; comieron, ambas (con cuidado de Vivi) estuvieron en el salón de la sala, y comentaron un tema al que Vivi llevaba un tiempo dándole vueltas.
    ¿Qué le ocurrió a Sanji de joven? – esto captó la atención de Nami, quien la miró curiosa.
    ¿A qué te refieres?
    La mañana de ayer comentamos algo así, y se puso muy serio...
    Nunca habla de su pasado. No sé por qué, pero de eso no sé nada. Tan sólo que Zeff, el dueño del restaurante en que trabaja, le crió.
No respondió, sólo agachó la mirada, pensativa.
En seguida Sanji volvió a la casa, pillándolas a ambas en el salón.
    ¡Nami-saaaan~! ¡Vivi-chwaaaan~! – exclamó, danzando hacia ellas. – ¡Os he echado de menos!
Vivi sonrió algo avergonzada, mientras que Nami no le dio la más mínima importancia.

        – Ya que has vuelto, me toca irme, ¿no? – mencionó, levantándose de su asiento.
        – Muchas gracias, Nami, querida. – le agradeció, haciéndole una pequeña reverencia.
        – Tranquilo, ya me lo pagarás. – y salió de la casa, con una pícara sonrisa decorando su rostro.




8.-


Se acercó a Vivi y se sentó a su lado, esbozando una cariñosa sonrisa:
    ¿Cómo os ha ido?
    Muy bien. Me ha dejado mucha ropa. – sonrió. – Y la comida que dejaste estaba muy buena.
    ¡Me alegra que te gustara, peliazul~!
    ¿Y en el restaurante?, ¿te dijeron algo?
    No, ha ido todo bien. – se llevó una mano a la nuca. – Haré ahora la cena. ¿Tienes hambre?
    Un poco...
    ¡Prepararé algo en nada~!
Y así, como el día anterior, hasta que ambos terminaron la cena.
El traspaso de las siguientes dos semanas no cambiaron demasiado, respecto a estos dos días. Nami continuó pasando las tardes con Vivi, mientras el cocinero trabajaba. Aunque Nami se ofreció a pasar con ella más tiempo; en solo dos semanas habían pasado a ser buenas amigas. Así como su relación de hermanos con Sanji, que había tomado la confianza como de dos verdaderos hermanos.
Hoy es viernes. Vivi está en su habitación. En estas dos semanas no ha recordado mucho, nada considerado importante para saber más sobre ella. Pero su herida ya ha sanado y puede caminar sin ayuda. Nami no estuvo con ella, así que se entretuvo como pudo hasta la noche.
    Ya estoy... – escuchó una voz débil, seguido del chasquido de la puerta cerrándose tras haber sido abierta. Salió al salón y vio a Sanji, dejándose caer en el sofá. – Hola, Vivi.
    Te veo más cansado de lo habitual.
    Hoy ha habido más gente en el restaurante de lo habitual. – sonrió. – ¿Has cenado?
    No, no tengo hambre. Quizás más tarde.
    Bueno... – suspiró, se desató la corbata del traje y dejó caer los brazos sobre su abdomen. – ¿Qué has hecho hoy? ¿Has estado bien?
    Sí, como siempre. Por cierto – sacó un papel doblado del bolsillo de su pantalón, vieja, de un color amarillento y los bordes ligeramente desgastados. – He encontrado esta foto al final de un libro. Lo encontré cuando vine aquí y lo he terminado hoy. Creo que el chico de la foto eres tú.
Cogió el papel con cuidado y lo volteó varias veces, como si fuera la primera vez que veía un trozo viejo de hoja. Lo desdobló con cuidado, y hasta no pasados unos segundos de mirar lo ilustrado no cambió la expresión.
    ¿Qué pasa? ¿No eres tú?
    Sí, lo soy, pero... – se incorporó, sin apartar la vista de la fotografía. – ¿En qué libro la has encontrado? – Vivi fue a su cuarto y, portando el libro en una de sus manos, volvió al salón. Cielo y Horizonte. – Este libro me lo dio Zeff cuando empecé a trabajar en el restaurante, pero nunca lo he leído... – volvió a fijarse en la fotografía. Salía él, con unos 2 años, siendo acunado por una mujer joven. No podía distinguir bien el rostro de la mujer, el paso del tiempo había deteriorado la mayor parte del papel.
    ¿No sabes quién es ella?
    No... – dejó la fotografía sobre la mesilla de madera y se llevó una mano a la cabeza.
    Quizás Zeff lo sepa, si te lo regaló él... ¿Nunca te dijo a quién perteneció el libro? – no recibió respuesta. – Mañana podrías llevarlo y preguntarle.
    No será nada importante. – decidió quitarle importancia. Se levantó y se dirigió a su cuarto. – Mañana le consultaré. ¿Quieres que te haga algo de cena?
    No, de verdad, no tengo hambre. Gracias.
Sonrió.
    En ese caso me voy a dormir. Estoy cansado de hoy. Vete a dormir también, es algo tarde. Y si necesitas algo no dudes en despertarme.
Pero Vivi fue la única de ambos que pudo conciliar el sueño. Pensar en quién podía ser la mujer de la fotografía, y por qué él estaba con ella en esos tiempos que ahora no recuerda, le impedía dormir.


***


Era sábado, por la mañana. Se levantó temprano para ir al restaurante, sin darse cuenta de las leves ojeras que decoraban su único ojo visible. Se preparó como todos los días, dejó una nota a Vivi como todos los días y puso camino al local, sosteniendo el libro en una de sus manos. Decidió hablar de ello a la tarde, cuando en el restaurante sólo estuvieran él y Zeff. Así que al llegar guardó el libro entre algunos más de recetas de cocina, en una pequeña estantería de la despensa.
    Te veo muy serio, chico. – era Zeff, quien no recibió respuesta por parte del rubio. – Ponte a trabajar de una vez.
Y qué iba a trabajar un sábado. Apenas pasó gente por el local, así que, aunque el día se hizo largo, llegó la tarde. Ya no había nadie. Recuperó el libro de la despensa y se reunió con Zeff en la cocina.
    ¿Qué quieres? Es hora de cerrar, ya puedes irte. – de nuevo, ninguna respuesta. – ¿Me estás escuchando?
Sacó, como si no hubiera nadie más con él, la fotografía del final del libro y la sostuvo cerca de su rostro.
    ¿Quién es? La mujer que me tiene acunada.
    No lo sé.
    Tú me diste este libro.
    No sabía que esa fotografía estaba ahí.
    ¿Cómo no vas a saberlo? Soy yo. Es mucha casualidad.
Se levantó del taburete en el que había estado descansando y le dio la espalda. No le respondió.
    Lo preguntaré de otra forma... ¿Quién fue el dueño de este libro? – continuó sin responder. – Viejo. – silencio. – ¡Contesta!
Le miró de reojo, sin mostrarse nervioso a pesar de los nervios que comenzaban a dominar al más joven.
    Se lo compré a una mujer y te lo di a ti.
    ¿Qué mujer? ¿La que sale en la fotografía?
    No lo sé.
    ¡Tienes que saberlo! Soy yo con muy pocos años, no recuerdo nada de ese entonces.
    Ese es tu problema, no el mío. – finalizó, y dio media vuelta, pasando por su lado para marcharse. Al menos, intentarlo; Sanji agarró el cuello de su camisa y le detuvo el paso. – ¿Qué narices haces?
    ¡Tienes que saber quién es! ¡Dímelo!
    – …
    ¡Habla! – atacar. Fue lo que hizo, ante la histeria de su segundo chef. Alzó una rodilla con fuerza y golpeó su abdomen, pudiendo deshacerse de su agarre.
    Se te van todos los modales a las mujeres. ¿Qué hay de tus mayores?
Forzó una sonrisa, ahogando un leve quejido por el golpe.
    No es tan difícil... ¿Quién es esa mujer?
    ¿Has pasado toda tu vida sin abrir el libro hasta ahora?
Ahora, la patada cargada de su paciencia ya agotada, la recibió él. Tan solo patadas por parte de ambos. Pero la paciencia de los mayores también tiene un límite. Alzó con una mano a Sanji, a unos centímetros del suelo, arrugando su camisa y corbata. De los labios de este brotaba un pequeño hilo de sangre, sin mencionar la rabia que desprendía su ojo visible.
    ¿¡No eres capaz de recordar a tu familia!? – ahora él, el que no recibió respuesta. – ¿No a la mujer que te dio la vida? – le soltó en el suelo sin ningún cuidado, observando cómo su rostro se iba tornando a uno lleno de sorpresa y, quizás, hasta tristeza.
    ¿...Mi madre? ¿Cómo...?
    Cuando tú tenías dos años. La encontré en una ciudad casi abandonada al completo. Ella estaba herida, no sé de qué o por qué. Os tenía a ti y a ese libro en brazos. Intenté ayudarla, la llevé a un hospital de por allí. Pero murió. – silencio. Ese silencio incómodo, cargado de tensión. – Sentí la obligación de ocuparme de ti. Guardé el libro, pero no sabía que esa fotografía estaba ahí. Cuando cumpliste once años te lo di. Recordarás eso, ¿no? – seguía echado en el suelo, con la mirada perdida. Suspiró– Vuelve a casa, chico. Es tarde.








    Vivi... – apenas entró en la casa y se apoyó en una de las paredes, dejándose caer al suelo.
La mencionada, nada más verle se sentó frente a él, fijándose en las heridas de su rostro.
    ¿¡Qué ha pasado!? Tienes que curarte eso, vamos.
    Estoy bien, no importa, fue Zeff.
    ¿Zeff...? ¿Qué ha pasado?
Le mostró la fotografía, mirándola de la misma forma que antes miraba a Zeff.
    Era mi madre, ¿sabes? He tenido toda mi vida su única pertenencia conmigo. No tenía ni idea de que pudiera tener una madre. Y de no ser por ti ni siquiera lo habría descubierto.
    Lo siento... No creía que...
Negó con la cabeza.
    Te lo agradezco. Siempre es mejor saber la verdad aunque duela que vivir en la ignorancia. ¿No?
    Yo no puedo saber eso... – contestó, señalando su amnesia.
Suspiró. Dejó la fotografía y el libro en el suelo y se levantó, mientras se limpiaba la sangre ya seca del labio con el dorso de la mano. Vivi, justo tras él, se incorporó y se colocó a su espalda, cuando este ya estaba frente a la puerta de su habitación.
    Sanji... – no contestó. – Lo siento, lo siento muchísimo... – escuchó una suave risa.
Se dio la vuelta, sonrió y la abrazó despacio, dejando que su cabello le ocultara el rostro.
    Creo que ya sé cómo te sientes tú todos los días.


9.- Amar es arriesgar.


Deshizo el abrazo y le sujetó los brazos con sus manos.
    No es lo mismo... – en respuesta, rió. – ¿Qué?
    Gracias, Vivi. – bajó los brazos, y con ello las manos de la mencionada.
    ¿Quieres que te prepare algo?
    No. Pero podrías quedarte aquí un rato. – Sonrió, y ante esto ambos se sentaron en la cama del dormitorio. – ¿De qué trata? – preguntó, refiriéndose al libro.
    Habla de la convivencia. De cómo dos personas distintas pueden llegar hasta a amarse. Lo dice en la primera página. – tomó el libro en sus manos, tan interesada como el día que lo descubrió, y comenzó a leer. – Dichoso el que ve, que cielo y horizonte condenados están a tenerse que entender. Ambos distintos, pero ambos siempre juntos. – sonrió. – Estaría bien que lo leyeras. – continuó ojeando las páginas hasta percatarse de la mirada de su acompañante, fijada en ella. – ¿Qué pasa?
    Nada.
    ¿Y...?
    Vivi. – se acercó a ella y tomó una de sus manos, estrechándola con suavidad. – ¿No has recordado nada desde que estás aquí?
    No gran cosa... ¿Por qué?
    ¿Ni tu familia?
Sonrió.
    Tanto la familia que pueda tener como tú y Nami, lo sois.
Suspiró, y con una leve sonrisa dijo:
    Te quiero, Vivi.
No respondió. Se quedó mirándole, mientras un suave tono carmín inundaba sus mejillas.
    Bueno... Os he cogido mucho cariño a Nami y a ti...
    No, no. – negó con la cabeza. – No así. – sonrió, y estando a pocos centímetros de ella besó repetidas veces su mejilla derecha. Besos cortos, tímidos, que deslizó suavemente hasta su cuello. – Si quieres que pare dímelo.
Tomó sus manos y la recostó despacio, quedando encima, sin cesar los besos. Por su parte, ella habría pedido que parase. Pero otra cosa muy distinta es que quisiera.
Continuó los besos, recorriéndole el cuello hasta la oreja, sacándole algún que otro suspiro.
    ¿Quieres que pare?
    No...
Sonrió. Cerró los ojos y apresó los labios de la chica con los suyos, esperando que esta correspondiera. Aunque, en parte, le sorprendió que lo hiciera. Vivi, sin entender muy bien por qué hacía aquello, rodeó su espalda en un tierno abrazo, rozándose más ambos. Mientras que Sanji, con toda la delicadeza imaginable, subió su camisa y acarició su vientre. Ninguno sabía muy bien qué les había llevado a hacer eso. Era esa..., sensación de bienestar, de seguridad, que habían creado mutuamente.
Sin darse cuenta, ni sabiendo en cuánto tiempo, ambos estaban semidesnudos, inundándose a besos el cuello, las mejillas,... Sin darse cuenta de que Sanji entraba en ella, sacándole algún quejido de dolor.
    ¿Te duele...? – la vio cerrar los ojos con fuerza, apretar los dientes y aferrarse con fuerza a sus brazos. Negó con la cabeza, forzó una sonrisa y susurró:
    Te quiero...
Sonrió. Besó sus mejillas, la comisura de sus labios, limpió las pequeñas lágrimas que brotaban de sus ojos. Y comenzó a moverse dentro de ella.
Dolor o placer. Ella, al menos, no sabía dónde empezaba uno y dónde acababa otro. Fijó la mirada en el techo, con la cabeza plantada de dudas. Y ahora, ¿qué?, se decía. Cuando esto acabara. Cuando el placer que comenzaba a sentir se esfumara, cuando volvieran al punto de partida. Todo se desvaneció entonces. Escuchó un ronco gemido por parte de su amante, seguido de un intenso calor por dentro; eyaculó.
Se quedaron así, normalizando sus respiraciones, mirando cada uno a un lado.
    Vivi... – se le dibujó una sonrisa al verla. Sonreía con inocencia, recuperando el aire a pequeñas bocanadas, sus perladas mejillas estaban teñidas de un intenso color rosado. Le miró. – Te quiero. – con sus fuertes brazos le rodeó la espalda, la apegó a él. Correspondió.
    Y yo a ti.
Se tumbaron uno al lado del otro, sintiendo sus respiraciones, y se fundieron en un apasionado beso mientras sus piernas se entrelazaban y sus cuerpos se amoldaban de forma que parecían uno.


***


Les despertó la habitual visita de la pelinaranja, que les pilló tal y como durmieron; ambos desnudos, apenas cubiertos por las sábanas. Y, siendo Vivi, ¿quién querría sábanas? Ya la cubrían los brazos del rubio; su rubio.
    ¿Se puede saber qué hacéis? – casi fue un grito, suficiente para despertarles. El asombro de Sanji fue tal que su consiguiente sonrisa casi le llega a las orejas. Eso sí, sin soltar a la peliazul, quien nada más abrir los ojos pareció quedarse en blanco. – ¡Levanta de ahí, Sanji! – fue la orden suficiente para que este reaccionara.
    ¡L-Lo siento, Nami-san~! – agarró sus ropas y salió del cuarto, cubriéndose con ellas. No sin recibir, como normalmente, un golpe en la cabeza por parte de Nami, quien cerró la puerta de un portazo.
Se acercó a Vivi, que, aún sonrojada, estaba sentada sobre la cama, pegada al cabecero de esta y cubriéndose con las sábanas. Esperó recibir un grito por parte de su amiga. Para su asombro, fue todo lo contrario.
    ¿Qué habéis hecho? ¿Quisisteis ambos? ¡Cuéntamelo! – llena de curiosidad y alegría, por decirlo así.
Quizá fue todo muy rápido. Quizá nunca debería haber pasado. Pero, ¿qué somos si no arriesgamos? Amar es arriesgarse a que no le quieran. Y quizás aquí, esa frase no tenga lugar. Quizás nadie se haya arriesgado a sufrir.



10.- Novedades.


Domingo, medio día.


    Vivi-chwan, Vivi-chwan, Vivi-chwan~ – pasaban las horas y solo era capaz de repetirlo. En especial cuando cocinaba, como ahora.
    Sanji. – era Nami. Se colocó a su espalda, con los brazos cruzados, mostrándose seria. El llamado se giró, sin borrar esa amplia sonrisa que decoraba su rostro. – Vivi me ha contado lo que ha pasado. – se aclaró la garganta. Alzó un brazo como si fuera a golpearle y... – ¡Menudo ejemplar te has pillado, suertudo! – dio unas palmaditas sobre su espalda, hablándole con toda la confianza del mundo, como si nada. Despertando el sonrojo de su amigo. – Ahora sí que tendrás que protegerla con tu vida.
    No hables así, Nami-san...
    Si te encanta. – sonrió. – Ya que hoy no trabajas y estarás aquí, me voy. – dio media vuelta, camino a la puerta. – Voy a pasar el día con Nojiko.
    ¡Ah, Nojiko~! – juntó ambas manos y entrelazó los dedos. Era la hermana mayor, y adoptiva, de Nami. – ¿Cómo está?
    Bien. Como siempre. – encogió los hombros, abrió la puerta de la casa y puso un pie fuera. – Le daré recuerdos tuyos. – finalizó, y salió del lugar cerrando la puerta tras de sí.
Sanji dio media vuelta y entró de nuevo a la cocina, volviendo a su tarea. Hasta pasados unos minutos no se fijó en que unos tímidos ojos le observaban.
    ¡Oh, mi dulce peliazul! – dio un salto hacia ella, y con ambas manos cogió las suyas. – ¡Hoy estás más preciosa que nunca! – exclamó, despertando el sonrojo en ella. No dijo nada. Sonrió, se deshizo del agarre de sus manos y tomó asiento en una de las sillas. – ¿Ocurre algo?
    Podemos... ¿declarar esto oficial?
    ¿A qué te...? – calló. Una leve mirada cómplice por parte de la chica le hizo entender. Sonrió. – Por supuesto.
Quizás ese tiempo viviendo juntos había hecho que, en parte, Sanji olvidara la amnesia de la chica. O que al menos, se mentalizara de que a partir de hoy sólo serían ambos. Nadie más.
Gran error.








Pasó, ahora, un mes. Se cumplió un mes y medio desde que ambos compartían casa; y un mes desde que se compartían el uno al otro. Vivi empezó a recordar algunas cosas. En especial, según ella, a un chico con el que asegura, vivía. Nunca lo describió; simplemente porque no era capaz de visualizarlo.


Sábado, 2 de Enero.


Hace horas que había pasado el medio día; ya comenzaba a atardecer.
Ambos estaban en el salón de la casa, acomodados en el sofá. Sanji estaba sentado, frente a la televisión, mientras que Vivi estaba recostada sobre él, descansando la cabeza sobre su regazo. Pronosticaban una noche normal. Hasta que el timbre de la casa sonó.
    Vivi... – agachó la cabeza y le susurró al oído; estaba medio dormida. – Levanta, voy a abrir. – acarició una de sus mejillas. Ella inmediatamente se incorporó y le sonrió, frotándose un ojo con suavidad.
Se levantó y lentamente, tras estar frente a la puerta, abrió esta, dejando ver la visita. Frunció el ceño nada más fijarse.
    ¿Qué quieres, marimo?
    De ti nada. – respondió cortante, echándose a un lado y dejando ver a otro chico a su espalda. – De la chica sí, de Vivi. – aquello hizo que Sanji se pusiera en guardia. – Sigue viviendo contigo, ¿no?
    ¿Para qué la quieres? – Vivi escuchó sus voces y se acercó, colocándose a la espalda de Sanji. Inmediatamente al verla, el acompañante de Zoro se lanzó a abrazarla, sin ningún reparo. – ¿¡Qué narices haces!?
Era un chico alto, de más o menos la edad de Sanji, quizá algo mayor. Tez morena y ojos pequeños, de un color oscuro. Su pelo era castaño, del color del desierto, y su rostro estaba decorado por una cicatriz que le recorría el ojo izquierdo.
Estuvo abrazándola hasta que vio que Vivi no pensaba corresponder. Se separó y agarró con suavidad sus hombros.
    ¿No me recuerdas, Vivi? – no recibió respuesta. – Soy yo, Kohza. Tu hermano mayor.
(Silencio, silencio, silencio...)
    Es ella, ¿no? – habló ahora Zoro, dirigiéndose a Kohza.
    Sí. sin duda.
    En ese caso que prepare sus cosas, nos vamos.
    ¡Eh, eh, eh! – Sanji se interpuso entre Vivi y Kohza, dejando a la chica a su espalda. – ¿Quién os da la orden? Si os vais, que sea como habéis vuelto.
    No nos hace falta orden. Kohza es su familia, tiene el deber y el derecho de hacerlo por ley.
    Sanji... – podía apreciarse que estaba tan confundida como el día que ambos se encontraron. – Es el chico que recordé.
Se quedó parado. Miró a la chica, después a él, sin apartarse de su sitio.
    ¿De verdad es tu hermano...?
    Lo soy. – afirmó, el susodicho. – ¿Y tú?
    Tu cuñado.
    ¿Sois...?
    Y además el que ha estado cuidando de ella todo este tiempo. ¿Ahora apareces, casi dos meses después de que yo la encontrara herida y amnésica? No tienes derecho a llevártela así porque sí.
Cogió aire, queriendo seguir hablando en vano.
    Entiendo lo que dices. Debería empezado a buscarla antes. Pero es mi hermana. Por ley tengo el deber de ocuparme de ella.
    Por actos tampoco lo tienes.
Zoro empezó a perder la paciencia.
    Vamos, prepara tus cosas. Nos vamos. – se negó.
    Dadle al menos un día para prepararse. – habló Sanji. – Volved mañana. Y ahora largaos de mi casa. – no les dio tiempo a responder. Cerró la puerta de un portazo y se giró a Vivi, quien seguía casi al borde del shock. Cogió sus manos y le sonrió. – No te preocupes. Todo saldrá bien. ¿De verdad recuerdas que sea tu hermano? ¿Estás segura?
    Sí... Es el chico que te dije que había recordado.
Suspiró.
    No pienses en eso. Ahora haré la cena, ¿vale? Relájate. – asintió, y sin ganas, sonrió.
El resto de la noche fue como lo era normalmente. Ambos cenaron, pasaron un rato hablando en el salón y finalmente ocuparon sus correspondientes dormitorios. A excepción de Vivi, que sólo 10 minutos después, entró al de Sanji. 
     – ¿Estás despierto? – habló sin entrar aún a la habitación. Como preguntó, estaba despierto, despojándose de su habitual chaqueta negra.
     – Sí, ¿te pasa algo?
     – No, sólo que... – se sentó en el borde de la cama, esperando que él se sentara a su lado. Y continuó hablando. – Me gusta vivir aquí, contigo. Así soy feliz. Pero Kohza... es mi hermano. – agachó la mirada, bajando la voz. – No quiero que lo pase mal por mí. Ni tampoco quiero abandonarte a ti... – calló unos segundos. Volvió a alzar la cabeza, dejando ver cómo dos traviesas lágrimas recorrían sus sonrosadas mejillas, hasta su barbilla; hasta morir. – ¿Qué debería hacer?



11.- Dudas.


Limpió inmediatamente sus lágrimas y la abrazó con fuerza, dejando que reposara la cabeza sobre su pecho.
    No pienses en eso, ¿vale? No harás daño a ninguno. – no respondió. Se aferró a su camisa, tan solo sollozando; empapando una parte de la prenda de lágrimas. – Se arreglará. Todo saldrá bien.
Cinco, quizás diez minutos estuvieron en silencio. Sólo un suave llanto de fondo.
    No llores más, Vivi. – retrocedió, de tal forma que pudo alzar el rostro de la nombrada, desde su delicada barbilla. Sonrió y susurró:– Sabes que vivo en tus ojos. Por eso me derrumbo con tus lágrimas.
(Que unos versos hagan sonreír a alguien. Raro, pero efectivo, ¿eh?)
Rió con suavidad. Se llevó una mano a la mejilla y se deshizo de esa agua salada. Esa composición de tristeza y confusión. De impotencia, de no saber qué hacer.
    Eres...
    ¿Qué? ¿Un poeta del amor?
    Entre tantas cosas... – sonrió, mostrando esa sensación de bienestar. Suspiró y casi con timidez besó la comisura de sus labios. – ¿Te importaría si quisiera dormir hoy contigo?
    ¡Claro que no, peliazul~!
Sonrieron. Vivi se recostó en la cama y se cubrió con las sábanas. Observó con inocencia a Sanji, quien todavía se desvestía.
    ¿Qué miras? – preguntó este, sonriendo con picardía al pillarla.
    A ti. ¿No puedo?
    Claro. – dejó su camisa echada en una silla, sobre su chaqueta. Y se recostó junto a ella, tan sólo llevando unos pantalones. La abrazó con fuerza y susurró sobre sus labios:– Pero así me ves mejor.
Rió. Había pasado de simplemente estar a estar feliz. A sentirse segura.
Se mordió el labio con suavidad y observó con cautela su torso, al tiempo que con un dedo lo recorría. Ambos en silencio.
    Sanji. – detuvo la marcha sobre su cuerpo y alzó lentamente la mirada, hasta encontrarse con sus ojos. – Te quiero.
    Y yo a ti, Vivi. – la abrazó con más fuerza, dejando que los cuerpos de ambos se juntaran. – Más que a nadie. – despertó, con esto, el sonrojo de la peliazul. – ¿A estas alturas te sigues sonrojando?
    ¿Y qué quieres? No recuerdo que nadie me haya dicho eso nunca... – suspiró. Acercó los labios al cuello de su acompañante y depositó unos suaves besos sobre él.
    En algún momento lo recordarás... – susurró, dejando que sus ojos se cerraran al notar los besos de la chica. – Pero en el momento que eso ocurra no olvides esto. – con el dorso de la mano alzó su rostro, hasta que sus miradas se encontraron. – Yo te quiero más que nadie.
Se quedaron así, analizando las miradas del otro, grabando en sus memorias cada rasgo del contrario.
    Y yo a ti... – escondió la cabeza sobre su torso, dejándose abrazar por sus fuertes brazos.
Besó su cabeza y susurró por última vez esa noche:
    No pienses en nada malo, ¿eh? Yo te cuidaré siempre. – se acomodó junto a ella y cerró los ojos. – Te quiero.



***



Los primeros rayos de sol de la mañana entraban por la ventana, obligando al rubio a cerrar los ojos con fuerza y, seguidamente, abrirlos. Sonrió nada más despertar; fue Vivi lo primero que vio. Grabó en su mente cada curva de su cuerpo, cada bache en el mismo.
Su pálido rostro, en parte cubierto por su cabello azulado, transmitía paz. Y su cuerpo, su esbelta figura marcada bajo las sábanas, hacía un lento sube-baja al compás de su respiración.
No quiso despertarla, hasta que ella misma abrió los ojos.
Sonrió.
    Buenos días, cielo. – acarició sus mejillas con el dorso de una mano. – ¿Cómo estás?
    Bien... – susurró, aún adormilada. – No está mal dormir contigo.
    Podemos declarar mi cama de ambos. – rió, besando con suavidad sus mejillas, hasta su cuello.
    Es oficial, entonces.
Continuó los besos, desde sus mejillas hasta su cuello, desde su cuello hasta las clavículas, la barbilla...
    ¿No te cansas de tanto besarme? – susurró la besada entre risas, sonrojada desde no hace mucho.
    Nunca podría cansarme de algo así. – la abrazó, sin cesar los besos, pegándola a su cuerpo. – Ni mucho menos de ti.
 ¿Y qué podía hacer ella sino contraatacar?



12.-

    Sanji. – le apartó de ella con suavidad, dejando sus manos posadas en su pecho.
    ¿Ocurre algo?
Negó con la cabeza.
    No. Pero está sonando el teléfono.
Tan ocupado estaba en la peliazul que no escuchó la leve melodía del aparato.
Sonrió con algo de vergüenza, se levantó de la cama y se cubrió tan sólo las piernas, con los pantalones que la noche anterior se había quitado. Avanzó hasta el salón y casi con desgana descolgó el teléfono. Le extrañó que sonara, puesto que no hacía mucho que había amanecido.
    ¿Sí? – una suave voz de mujer le habló al otro lado. Arrugó la nariz, le costaba escucharla. – Sí... Soy yo. – Entonces una leve mueca de preocupación se dibujó en su rostro. Vio a Vivi acercándose a la sala, vestida con una de las camisas que él solía llevar. – Iré enseguida. Gracias. – Colgó.
    ¿Qué pasa?
    Era una enfermera del hospital... Es el viejo. Dice que hace no mucho le ha dado un paro cardíaco y que si no me importaría ir.
Se quedó callada. Y él, sabiendo que no respondería, siguió hablando.
    Hoy el restaurante no abre. Iré a verle. – Volvió a la habitación y ella le siguió. Sacó de uno de los cajones de un mueble de madera vieja una camisa, similar a la que ella llevaba. – ¿Quieres venir? – No lo dijo sino por ello, sino por no dejarla sola habiendo visto que en cualquier momento tanto el policía como Kohza podrían volver a por ella.
    No sería buena idea... No le conozco, y no quiero ser un estorbo...
Suspiró. Se acercó a ella y cogió sus manos.
    Por favor. No quiero dejarte sola. No ahora. – Vio cómo parpadeaba y supo que le había comprendido.
    Vale... Dame 2 minutos. – Entró a su habitación. Abrió el viejo armario y sacó un pantalón largo que inmediatamente se puso. Le quedaba ligeramente ceñido. Después una camisa ancha, a color azul marino. Con ella tenía medio hombro izquierdo descubierto. Nami, pensó. Seguidamente agarró unas zapatillas a cordones, de colores grisáceos. Salió con ellas puestas y vio a Sanji frente a la puerta, agarrando en sus manos un cigarrillo y un mechero.
    Estás preciosa.
    No pienses en eso ahora. – sonrió, agachando brevemente la cabeza. Avanzó y se colocó a su lado. – Vamos. – Movió la manivela de la puerta a un lado y esta se abrió, dando paso al aún oscuro pasillo.
Salieron a la calle y echaron a andar, ni muy rápido ni muy lento. Un leve escalofrío recorrió a Vivi y ésta se estremeció.
    Siento que tengamos que ir caminando. – Habló Sanji, con la cabeza gacha. Al alzarla dejó ver que se encendía un cigarrillo. – Hoy domingo no puedo hacer otra cosa...
    No te disculpes. – Giró la cabeza hacia él y le sonrió. – Al fin y al cabo es como un paseo. – Le miró, y aun a pesar de mostrarse despreocupado, supo que era lo contrario. – No te preocupes. Él es fuerte... según me has estado contando. No pasará nada.
La miró. Sonrió y con delicadeza agarró una de sus manos. Prefirió no decir nada. Y así hizo hasta llegar al hospital. Era el mismo al que llevó a Vivi cuando la encontró en el restaurante.
Caminaron por el largo pasillo, hasta llegar a las habitaciones de los ingresados.
    ¿Dónde está?
    En la 24.
Miraron los marcos superiores de cada puerta, buscando el número. Vivi se detuvo frente a una a mitad del pasillo. Estaba cerrada.
    Sanji. – Le llamó. – Es aquí.
Él se acercó y fijó la mirada en el pomo. Lentamente lo giró, dando paso a cuatro paredes blancas acompañadas de un ventanal. Era una habitación minúscula. Centrada en ella estaba la cama. Blanca, como la sala. Sobre ella el hombre por el que hacían la visita, cubierto hasta los costados por una fina sábana. A su lado una delgada barra de metal, que conectaba a través de un tubo una bolsa de plástico con un líquido transparente hasta el dorso de su muñeca. Sanji se acercó a él. Parecía tranquilo, como si su corazón nunca se hubiera parado.
    Viejo. – le habló casi con rudeza; como hacía normalmente.
El mencionado le miró y esbozó una mueca de desagrado.
    Tendrías que estar en el restaurante.
    ¿Cómo pretendes que abramos sin el chef? – Suspiró y se sentó en una silla que había junto a la cama. – Además hoy es domingo. – Giró la cabeza e hizo a Vivi ademán de que se acercara. – ¿Cómo te sientes?
    Como si estuviera atrapado en una camisa de fuerza.
Tanto Sanji como la peliazul le miraron extrañados. No se mostraba como cualquier persona a la que le da un paro cardíaco.
    ¿Eres consciente de lo que te ha pasado? – recibió una mirada de odio. No le dio importancia. – Si vuelve a pasarte podrías no contarlo. Cuando salgas de aquí tomarás medicinas para ello. Y haz el favor de no alterarte tanto con nada.
Gruñó.
    No me digas lo que tengo que hacer. – Entonces se fijó en Vivi. La señaló con la mirada, pensativo. – ¿Es la chica que encontraste?
Ladeó la mirada para verla y sonrió.
    Sí. Es Vivi.


    13.-
     
    Miró el muslo izquierdo de la chica y después sus ojos.
    Veo que te has recuperado. Asintió, y, agradecida, le sonrió. ¿Sigues viviendo con este mocoso?
    Sí. Interrumpió Sanji, algo malhumorado. Todavía no recuerda mucho... así que seguirá conmigo. Zeff rió, con un ápice de burla. ¿Qué pasa?
    Me extraña que una chica sea capaz de aguantaros a ti y a tu debilidad por cada mujer que ves.
    De hecho... Dio un suspiro, y casi con orgullo agarró con sus manos la derecha de Vivi. Ya no creo tenerla con ninguna otra mujer.

    Entonces Zeff le entendió. Resopló.
    Mocoso pervertido. Le salió una venita en la frente. Estoy bien. Podéis iros.
    ¡Te ha dado un infarto! No estás bien.
    No quiero que un mocoso se preocupe por mí. rechistó. Estoy bien.

    Suspiró y, resignado, se levantó de su silla.
    Si ocurre algo sabes mi teléfono, y las enfermeras lo tienen. No prescindas de los médicos. Dio media vuelta, salió del cuarto y esperó apoyado en una pared, junto a la puerta.

    Vivi le siguió, y antes de salir, se despidió:
    Encantada de conocerle. Espero que se recupere.
    Y, caminando, se dirigieron a casa.
    ¿Quieres que desayunemos fuera, Vivi?
    Hoy es domingo. Se fijó en la ceniza que caía de su cigarrillo y le sonrió. No habrá ningún restaurante abierto.

    Aspiró el mismo humo que posteriormente había soltado y miró al cielo.
    Tengo un restaurante, ¿sabes? Podría abrirlo sólo para nosotros.
    ¡No! Te meterás en problemas si te pillan. Podemos pasar el día en casa.

    Detuvo el paso y se coloco frente a ella, frenando el suyo. Cogió sus manos y, más que hablar, casi le suplicó:
    Eso no es un problema. Por favor. Quiero que pasemos un día solos, sin nada ni nadie más. Ella le miró, sin creerse la forma en que le pedía algo tan simple. Por favor.
    Vale, vale... Como quieras. Decides tú.
    ¡Genial! Juntó sus dos manos y la miró con emoción. No te arrepentirás, peliazul.

    Y, así, y a pie, llegaron al Baratie. Sanji, del bolsillo derecho de su pantalón, sacó una pequeña llave de cobre. La introdujo en la cerradura de la puerta y tras un leve chasquido, se abrió. Hizo una leve reverencia frente a Vivi y extendió un brazo señalizando el centro del local.
    Las damas primero.

     
     
     
     
     


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