1.- Sorpresa.
Los fogones, las ollas,
las cazuelas... Todo parecía trabajar a una velocidad frenética. Un
muchacho rubio, Sanji, con un ojo tapado por su mismo cabello iba de
una banda a otra de la cocina, callado, sin ninguna expresión en su
pálido rostro, vestido de negro. Ninguna expresión salvo...
- ¡Mellorineeeeee~! - ese
gritito emocionado cada vez que divisaba una mujer joven y bella. Se
acercaba siempre a ellas bailoteando sonrojado, ofreciendo algún
tipo de vino a canapé, por supuesto, gratis. Lo que despertaba el
enfado del chef del local.
- ¡Déjate de tonterías,
mocoso! - gritaba, siempre con voz grave que resonaba y llamaba la
atención de todo el lugar.
Y esta noche era una de
esas.
Tras otra de sus disputas,
el rubio salió por una de las puertas traseras del lujoso
restaurante, situada en un callejón. Desde ahí podía observarse la
aglomeración de gente y vehículos que ocupaban la ciudad, los
edificios iluminados, que captaban la atención de aquellos que los
observaban y, en cierto modo, daban encanto a la ciudad.
Suspiró y sacó del
bolsillo de su pantalón un pequeño paquete de cigarrillos y un
mechero. Encendió uno y se lo llevó a la boca mientras se apoyaba
en una pared, y, tras dar la primera calada, expulsó lentamente el
humo, notando cómo recorría su garganta. Observaba la ciudad
pensativo, en silencio, mientras una suave brisa golpeaba su cabello.
Estaba tranquilo, hasta que unos sollozos ahogados provenientes del
final del callejón le devolvieron a la realidad. Volvió la vista
atrás, intrigado por saber qué sería. No se movió un milímetro
hasta que, escuchando con atención, se percató de que era una chica
la que se ocultaba al final de esa oscura callejuela. Sin dudarlo un
momento se dirigió hasta allí, y detuvo el paso al ver que
efectivamente era una chica la que sollozaba. La miró un momento,
observando con cautela su aspecto.
Dedujo que tendría unos
16 años. Su piel, de tez pálida y perlada, resaltaba sus marrones
ojos apagados; cabello largo y azulado, que recorría toda su
espalda. Todo eso, combinado con su esbelto cuerpo, hizo que el rubio
sólo pensara por unos momentos lo preciosa que era. Se arrodilló
frente a ella, percatándose de que, ocultado por su cabello y manos,
tenía el rostro bañado en lágrimas.
- Eh, eh... - susurró,
cogiendo con delicadeza sus manos y apartándoselas.- ¿Qué te
ocurre?
Ella siguió cabizbaja,
hasta que lentamente alzó la cabeza y le miró sin cesar el llanto.
Sanji no pudo evitar sonreír al ver con mejor claridad su rostro,
aunque empañado por aquella salada agua. E inmediatamente con un
dedo secó unas lágrimas que recorrían sus mejillas.
- Vamos, qué te pasa.-
volvió a decir en un susurro, acariciando con suavidad una de sus
sonrosadas mejillas para tranquilizarla.
No respondió, se mantuvo
en silencio aún mirándole.
Suspiró.- Al menos
levántate... - Teniendo agarradas sus manos intentó levantarla,
pero un quejido de dolor de esta hizo que volviera a soltarla.
Preguntó de nuevo,
esperando una respuesta. Esta vez, por fin la tuvo. Deshizo el agarre
del chico y señaló su propia pierna izquierda, dejando ver una
herida algo profunda rodeada por sangre ya seca, lo que despertó la
preocupación del rubio.
- ¿¡Qué demonios...!? -
exclamó, mirando la causa de su llanto.- Vamos, hay que llevarte a
un hospital.
Dicho esto, con cuidado y
al tiempo que se incorporaba la cogió en brazos y la agarró con
fuerza. Ella por su parte, con ambas manos se aferró a su camisa,
temblando ligeramente. Sanji la miró preocupado, pensando un buen
lugar por el que pasar desapercibido. De pronto se le ocurrió la
mejor y única opción.
- Marimo... - murmuró
entre dientes, deseando no tener que recurrir a aquello.
Suspiró mosqueado con él
mismo y, aprovechando que era la hora de descanso y en la cocina no
habría mucho movimiento, volvió a entrar al lugar en silencio.
Sonrió de lado al ver que no había nadie y, con cuidado, sentó a
la chica en una de las sillas que ocupaban la estancia.
- No hagas ruido, ¿vale? - le susurró sonriendo y le guiñó un ojo, acariciando por última vez su mejilla antes de salir de la cocina y estar en la parte del comedor. Buscó apresurado entre la gente una cabellera verde, con el ceño fruncido por ser lo único a lo que podía recurrir. No tardó demasiado en encontrar al dueño de ese extraño cabello y se dirigió hasta él, refunfuñando.
- ¿Qué quieres, cejas de sushi? - dijo este, enojado nada más ver al rubio.
2.- Marimo idiota.
- ¿Qué quieres, cejas de
sushi?
El mencionado chasqueó la
lengua, apartando la mirada al estar frente a él.
- Necesito que me lleves a
un sitio, es urgente.
- ¿Crees que te haré ese
favor, idiota?
- ¡No me jodas, es
urgente!
Estos dos
compartían una gran rivalidad, por diversas razones que, ni yo sé.
El llamado 'Marimo', de nombre Roronoa Zoro, era un hombre alto, con
un porte musculoso, de 19 años de edad. Siempre llevaba una
expresión seria en el rostro, que, a veces, llegaba a dar miedo. Era
el tipo de persona que no se fía ni de su sombra. Le caracterizaba
su ya nombrada cabellera verde, y una gran cicatriz que recorría en
diagonal su torso, causada por su mayor afición y sueño: el kendo.
Solía llevar ropa sencilla, basada en pantalones y botas color
negro, y camisas, la gran mayoría a manga corta, que iban cambiando
de estilo.
Aunque no le agradaba
cruzar miradas con el rubio, su trabajo le obligaba a hacer guardia
de vez en cuando en los locales de la ciudad en busca de criminales,
pues era policía en una pequeña comisaría.
Le miró con rabia,
frunciendo el ceño.- ¿Qué es tan urgente para ponerte así?
Sanji volvió a ladear la
cabeza hacia él, dudando si debía contarlo o no. Guardó silencio
unos segundos antes de responder.
- Por favor... - murmuró
entre dientes.- Ven a la cocina y lo verás.
El otro suspiró con
resignación y cruzó los brazos, asintiendo brevemente con la
cabeza. Sin decir nada más, el rubio volvió a dirigirse a la
cocina, señalándole a Zoro que le siguiera. Una vez allí desvió
la mirada hacia donde estaba la chica, encontrándosela cabizbaja y,
quizás, asustada. Se acercó a ella y con cuidado posó el dorso de
los dedos bajo su barbilla, le alzó la cabeza para mirarse ambos y
sonrió.
- Necesito que nos lleves
al hospital en tu coche, ya ves que está herida.
- ¿Te has vuelto loco? -
respondió cortante.- ¿Acaso la conoces? No deberías fiarte.
Suspiró aguantando las
ganas de arrearle una patada.- Si no es de fiar es mi problema. Pero
es una dama herida y me necesita.
- Tsk.- Lo pensó un
momento al percatarse de la herida de la chica, la cual los observaba
a ambos confusa. Suspiró.- Volveréis vosotros por vuestra cuenta,
no pienso dar dos viajes.
Sanji sonrió ante su
respuesta, e inmediatamente volvió a coger a la peliazul en brazos.-
¿Dónde está tu coche?
- Soy policía. Por
supuesto está aparcado en un lugar escondido.
- Déjate de rollos y llévame.
Le miró mosqueado, dando
media vuelta para volver a salir al comedor.
- ¿Piensas salir así?
- ¿Así, cómo?
- Con ella en brazos.-
respondió encogiendo los hombros.
- Eres policía, ¿no? -
dijo imitando su anterior respuesta.- Si alguien pregunta di que es
un caso privado.
Rió con tono burlón,
abriendo lentamente las dos puertas que conectaban la cocina
al comedor. Ambos salieron
de aquella estancia para entrar a otra, evitando las miradas y
murmullos referidos a ellos por parte de la gente de la sala.
Mantuvieron el silencio, sólo dirigiéndose al frente. Una vez
estuvieron frente a la puerta de entrada y salida, Zoro abrió esta
dando paso a las ya menos aglomeradas calles, pues eran altas horas
de la noche.
- Vamos, ¿y tu coche? -
preguntó Sanji, mirando el estado de la chica. Sus ojos estaban
rojizos a consecuencia del anterior llanto, y con una de sus manos
calmaba como podía la herida de su pierna, acariciándola.
- Ahí.- señaló un coche
familiar de cuatro plazas color negro, aparcado a un par de calles
más que el restaurante.
El rubio suspiró con
aires de decepción.- ¿Eso es un lugar escondido...?
- ¿Quieres que te lleve
al hospital o no?
- Sí, sí.- respondió
con un toque de rintintín.
- Pues calla.
Volvieron a caminar hacia
el vehículo, ambos con aire enojado. Una vez frente al dicho, el
peliverde se acercó a la puerta del piloto, sacando de uno de los
bolsillos de su pantalón una pequeña llave plateada. Introdujo esta
en la clavija de la puerta y la giró a un lado, dando lugar a que
tanto esta como las demás puertas se abrieran tras oírse un
chasquido.
- Vamos, entra.- habló
Zoro, entrando a su lugar de piloto.
A esto Sanji asintió con
la cabeza y, sin soltar a la chica, con cuidado, abrió por completo
una de las puertas traseras. Seguidamente sentó despacio a la
peliazul, sin que su herida rozase con nada, y se sentó a su lado.
- Al hospital, corre.
- No me hables como si
fuera un taxista o te dejo aquí.
- ¡Date prisa!
- Tsk... - chasqueó la
lengua y, con la misma llave que había abierto anteriormente las
puertas, arrancó el motor del coche, introduciendo esta en otra
clavija que había junto al volante.
Comenzó a conducir,
dirigiéndose al hospital más cercano, pero con su orientación...
- A la derecha... - dijo
el rubio en un suspiro agotado, enojado por su pésimo sentido para
orientarse.
Entre el camino, y unas
cuantas indicaciones a Zoro para llegar al hospital, Sanji se giró a
mirar a la chica.
- Eh... - le susurró,
haciendo por fin le mirara.- Si puedes hablar dime tu nombre al
menos, por favor...
Esta le miró callada,
pensándolo. O eso daba a entender su silencio hasta que por fin, en
voz baja y ahogada, le respondió:
- Vivi...
Suspiró aliviado,
sonriendo levemente al escuchar al fin su dulce voz.- Precioso
nombre, Vivi. ¿Te duele mucho la pierna?
Ante esta pregunta la
peliazul agachó la cabeza y asintió con esta, volviendo a
cristalizarse sus ojos, y se mordió el labio inferior.
- ¡Date más prisa, Marimo! - exclamó con fuerza, abrazando por, digamos instinto, a la chica para tranquilizarla.
3.- Por principios.
- ¡Date más prisa, Marimo!
- No voy a superar el límite de velocidad por esto.- respondió cortante, sin cambiar su seria expresión.
Sanji apretó los dientes,
pues siendo policía no podía contradecir sus propias normas.
- Tranquilízate... - susurró a Vivi, sin dejar de abrazarla.- Pronto te verá un médico.
Y, en efecto, tras dar
unas cuantas vueltas innecesarias, llegaron al centro médico más
cercano al restaurante, algo alejado de la zona céntrica de la
ciudad. Zoro detuvo el vehículo a las puertas del lugar, esperó a
que Sanji saliera de él con la chica en brazos y volvió a arrancar.
- ¿A dónde vas?
- No puedo dejar el coche aquí, me voy.
- ¿¡Y cómo piensas que vuelva!?
- Averíguatelas. Ya dije que no daría dos vueltas, y no me es rentable fiarme de alguien que no conozco.- finalizó refiriéndose a la chica, marchándose después a la misma velocidad con la que había venido.
El rubio gruñó molesto,
pero dirigió su atención a la chica, la cual se mostraba con un
somnoliento estado. Ya pensaría luego cómo volver.
Entró al centro, buscando
apresurado un médico que les atendiera. No se veía gente en
aquellos deprimentes pasillos, pues ya se rozaban altas horas de la
noche. Caminó no muy rápido, fijándose en el camino por el que
pasaba. En el suelo de mármol, podían distinguirse dos flechas a
tonos verdes, que recorrían todo el trayecto hasta llegar a
distintas salas de urgencias. A cada lado, pegadas a las paredes,
filas de sillas azules y otra de camillas, cubridas por finas
sábanas.
Se quedó pasmado
observándolo todo despacio, hasta que vio una joven enfermera
acercarse a ambos. Esta no aparentaba más de 30 años. Llevaba como
vestuario una falda repegada hasta medio muslo, con estampados
florales; suéter a color negro, de cuello largo y tela de invierno.
Y, por encima de estas prendas, una larga bata blanca, que la
diferenciaba como enfermera. Su cabello era rubio, corto y
ligeramente rizado, que resaltaba sus ojos color miel y tez pálida.
Labios no muy carnosos, adornados por un leve pintalabios que les
daba brillo.
- ¿Qué os ocurre? - preguntó esta, mostrándose seria al ver el estado de la peliazul.
- Es ella, está herida desde hace un rato.
Al detectar su herida en
la pierna, la enfermera alcanzó una de las camillas y la acercó a
Sanji, indicándole que recostara ahí a la chica. Este obedeció y,
una vez la dejó sobre la camilla volvió a mirar a la otra mujer.
- ¿Quién es? - preguntó, empujando suavemente la barra que hacía de cabecero de la camilla para mover esta, avanzando así por el pasillo.
- Es... - caminó a su lado.- mi hermana menor.- No pensaba decir la verdad. De esa forma sólo lograría que la internasen en un centro para jóvenes o hasta un orfanato.
- Ya veo... ¿Qué le ha pasado?
- Trabajo en un restaurante. Al salir para un descanso la he encontrado herida y buscándome, se ha desmayado y no me ha dicho nada.
Agachó la mirada, viendo
a la chica.
- Parece infectada... Debemos darnos prisa.
Pasados unos minutos
detuvo la camilla frente a las puertas de una sala, abrió estas
lentamente y entró, empujando por delante la camilla. Sanji la
siguió, curioso por saber a dónde iría.
- Dra. Kureha. - dijo, señalando con la mirada a otra enfermera de aspecto más maduro.- Esta chica necesita ayuda.
La mencionada se acercó a
ellos como si nada, sonriendo de lado.
- ¿Sois felices? - esta pregunta extrañó al chico, quien, ahora con más atención, se fijó en el aspecto de la mujer.
No parecía ser tan mayor.
Era alta, con un aspecto bastante juvenil basado en pantalones de
distintos colores, y una camisa que dejaba ver su esbelta cintura, a
partir del ombligo. Su cabello, largo y color crema, ocupaba hasta la
mitad de su espalda, y sus ojos estaban tapados por unas modernas
gafas de sol.
Miró a Vivi, torciendo su
sonrisa a una mirada seria.
- ¿Cuánto tiempo lleva así?
- Puede... Que una hora aproximadamente.- contestó la enfermera más joven.
Sanji las observó,
arqueando ligeramente una ceja.
- Eh, vieja... - recibió un golpe no muy fuerte en la cabeza antes de continuar hablando.
- ¡No me llames vieja, mocoso! ¿Qué manera es esa de hablarle a una mujer?
Gruñó.- ¡No me des
golpes y ocúpate de ella!
Ambos se callaron tras
aquella respuesta. Kureha, por su parte, suspiró y dio media vuelta,
dirigiéndose a una mesa que había en el centro de la sala. En ella,
de un pequeño maletín, sacó unos utensilios de medicina.
- Sal de la habitación, rubio.- pidió, volviendo a acercarse a la chica.
Quiso quedarse, pero
fijándose de nuevo en la peliazul obedeció sin rechistar, dando
media vuelta hacia la salida.
- Avísame cuando hayas acabado, por favor.
- No me tutees.- fue lo último que escuchó, antes de salir completamente del lugar.
Se sentó en una de las
sillas que predominaban el pasillo contiguas a la habitación y
esperó. Pasados 30 minutos comenzó a impacientarse y sacó un
paquete de cigarrillos del bolsillo de su pantalón, ignorando las
advertencias de que no estaba permitido fumar en el interior de
hospitales. Antes de que pudiese encender en primer cigarro, la
enfermera más joven se asomó por la puerta con una amplia sonrisa,
captando su atención.
- Ya puedes pasar.
Este se levantó del
asiento y, llevándose el cigarrillo aún sin encender a la boca,
volvió a entrar a la sala. Vio a la llamada Kureha limpiando de
sangre sus utensilios y a Vivi sentada en la camilla, mirándose el
muslo ya vendado. Se acercó a ella y sonrió.
- Vivi... ¿Estás bien?
Esta alzó la vista y le
miró somnolienta, sin responder a su pregunta.
- Amnesia. - interrumpió Kureha.- Tiene amnesia, además de un pequeño shock. Por eso no habla por ahora.
Esto llamó la atención
del rubio, quien la miró sorprendido.
- ¿Pero por qué...?
- Es tu hermana, ¿no? Ya hemos curado sus heridas, ahora quien debe ocuparse de ella eres tú. No está lo suficientemente grave como para poder ingresarla aquí.
- Pero... ¿Qué hay de la amnesia y el shock?
- Ahí no podemos hacer nada. No tiene amnesia completa, así que para recordar lo que haya olvidado debe volver a su entorno. Y el shock no es grave, sólo un simple susto.- Miró a la chica y suspiró antes de continuar.- Si es tu hermana cuida de ella y no tardará en recuperarse.
El hablado guardó
silencio. Podría haberse metido en un lío, pero como el caballero
que era no iba a cuestionar sus principios, por lo que decidió
ocuparse de ella.
- La cuidaré.
Ambas enfermeras sonrieron
ante su respuesta y, mientras la más joven terminaba de examinar a
Vivi, Kureha preparó un pequeño informe y se lo dio a Sanji.
- Aquí viene escrito lo que le sucede y lo que debes hacer en caso de que empeore. - Explicó. - También un número de contacto privado del hospital y un par de medicamentos que le vendrán bien si ves que lo necesita.
Tras leerlo un poco, lo
dobló con cuidado y lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Se
giró para ver a la que iba a ser, por ahora, su hermana menor, y la
vio en pie, ayudándose de una muleta. Aún se la veía somnolienta,
y el rastro de haber llorado ya era casi inapreciable en sus ojos.
- No dejes que camine muy rápido y fuerte.- habló la enfermera más joven.- Podrían abrirse los puntos de la herida.
Este asintió con la
cabeza y se acercó a Vivi, cogió una de sus manos con delicadeza y
susurró con una tierna sonrisa:
- ¿Estás lista?
Ante esto, ella agachó la
mirada y sonrió levemente, murmurando con algo de dificultad:
- Sí... Vámonos.
4.- Mi hermana.
Ante aquello, Sanji sonrió y muy lentamente comenzó a andar.
- ¡Ah, espera! - exclamó la joven enfermera, llamando su atención. - ¿Cómo volveréis?
- Ehh... - guardó silencio unos segundos. Había olvidado por completo que su único transporte se había largado. - Iba a llamar a un taxi, pero no tengo teléfono...
- Toma. - le ofreció un teléfono móvil que acababa de sacar de uno de los bolsillos de su bata. - Llama a un taxi, si no tienes dinero puedo prestarte algo.
Él sonrió avergonzado, tomando el teléfono en sus manos.
- Gracias, y disculpa... - marcó el número de servicio de transporte y pidió un taxi, indicando la dirección concreta en la que se encontraba. Seguidamente devolvió el teléfono a su dueña, a la vez que esta le ofrecía un pequeño fajo de billetes.
- Es suficiente para un viaje largo. Puedes
quedarte lo que sobre.
- Gracias, mil gracias.
Este tomó la mano de la chica y comenzó a caminar muy lentamente. Ella detrás, apuntando al suelo con la mirada.
- ¿Puedes? - susurró el rubio, observando cada
paso que ella daba. Caminaba muy lentamente, con un ligero temblor
en el brazo debido a la fuerza que ejercía sobre la muleta. Suspiró
al ver que no repondía.
- Quizás debería llevarla a cuestas hasta la
salida...
- Maya, trae una silla de ruedas. - mencionó
Kureha, dirigiéndose a la otra joven.
- Oye. - habló Kureha, mientras el joven cocinero
se colocaba tras la silla para moverla. - Avisarás a tu familia,
¿no? Deben saber esto cuanto antes.
- Sí. Hoy dejaré que duerma en mi casa, y mañana
llamaré a sus padres.
- Pues, venga, ya es tarde y necesitáis
descansar.
De vez en cuando, en el camino, asomaba la cabeza para ver a Vivi, encontrándose que estaba casi dormida. Así que se dio prisa, nada más haber salido del centro. Apuntó la vista a un lado y divisó un taxi detenido frente al edificio, sin ocupantes en él, por lo que supuso que sería el que anteriormente había pedido. Se acercó y, en efecto, era el suyo. Ayudó a Vivi a entrar y sentarse de la mejor forma, cogiéndola en brazos. Dejó la silla junto a la puerta del hospital, en una fila compuesta por más de esta, y entró él al taxi, sentado junto a la peliazul.
Mencionó al conductor la dirección a la que quería ir, y este puso en marcha el vehículo. Durante el camino no se escuchó palabra, pues ya era tarde y ambos pasajeros estaban somnolientos, uno más que el otro. No tardaron mucho en llegar a su destino.
Era una calle antigua, solitaria y oscura, iluminada sólo por un par de altas farolas y el reflejo de luz de la Luna, con no demasiados edificios.
- Espere aquí, por favor. - pidió Sanji al
conductor, mientras salía del vehículo. Se acercó a una pequeña
casa, la más moderna que podías encontrar en aquel lugar. Alzando
la vista podían divisarse cuatro ventanas, una compuesta por dos
unidas. La fachada, color beige, estaba compuesta por ladrillos, que
podían verse a simple vista ya que la pintura estaba algo
desconchada. Metió la mano en uno de los bolsillos de su elegante
chaqueta, y sacó una pequeña llave de acero. Introdujo esta en la
cerradura de la puerta, la giró a un lado y se escuchó un leve
chasquido, indicando que por fin se había abierto. Volvió a
guardar la llave y se acercó al vehículo, con el pequeño fajo de
billetes que anteriormente le había dado la enfermera en la mano.
Pagó al conductor, con lo justo, lo que el contador del taxi
indicaba y, con cuidado, para ayudarla a salir, cogió a Vivi en
brazos, quien ya se encontraba dormida. Una vez salieron del coche,
este se marchó a no mucha velocidad, dejando a los dos jóvenes
solos en aquellas calles.
- Bueno... - suspiró. - Hoy tendré compañía.
Era elegante, pero sencilla. La entrada daba paso a un pequeño salón con grandes ventanales, paredes pintadas a color beige, una televisión no muy grande centrando la sala, sobre una mesa de área algo mayor, y un sofá de cuatro plazas delante, color azul marino. Conectadas al salón había otras dos puertas. Una, la puerta que conectaba al aseo. Otra, un pequeño pasillo, que a su vez daba paso a otra dos puertas, las habitaciones de la casa. Sanji, aún cargando a la peliazul, entró a una de las estancias, dejando ver esta. No era muy grande, sólo lo suficiente como para dos personas; frente a la entrada había dos ventanas, colocadas en la pared a la altura de la cabeza. En la esquina con aquella pared, un armario de madera clara, casi a la misma altura que la habitación. Frente al armario una cama, lo suficientemente grande para caber dos personas. En la pared, a la izquierda de la cama, un espejo con marco antiguo, de la misma altura de la pared.
Se quedó en la puerta un momento, observando el cuarto hasta que por fin entró. Se acercó a la cama y, con cuidado, tumbó a Vivi en ella. No la deshizo antes, así que para resguardarla del frío la cubrió con una sábana que sacó del armario.
- Me tocará el salón... - dijo para sí en un
suspiro, pues estando la chica en su cama no querría molestarla.
Y a la mañana
siguiente...
5.- Rutina.
Despertó con un ligero dolor de cuello, pues no estaba acostumbrado a dormir en esas condiciones. Se frotó un poco la nuca, se desperezó y se aseó un poco en el baño, para después ir a la habitación en la que había dormido su invitada. La encontró sentada en la cama, de piernas cruzadas y cabizbaja, observando con cautela y curiosidad los vendajes que le cubrían medio muslo. Sonrió al ver que se encontraba bien y despacio se acercó y sentó junto a ella, en el filo de la cama.
– ¿Estás bien, Vivi? – preguntó, mirándola con cariño.
Ella le miró, aún con expresión de no saber qué, y le respondió casi en un susurro:
– … ¿Qué es esto?
– No recuerdas nada, ¿no? Ayer te encontré herida – señaló sus vendajes con la mirada y suspiró. – y te llevé al hospital.
Vivi le miró, aun con aquella expresión.
– Pero... – calló. Y él suspiró, guardó silencio y dijo sin preámbulos:
– Tienes amnesia. Por eso no recuerdas nada. Sólo tu nombre y algo más, supongo..., Vivi.
– … Sí... – no pareció tomárselo mal o con nervios. Sino todo lo contrario, pareció meditarlo. – ¿Y tú quién eres? – guardó silencio unos segundos y continuó–: Por favor...
– Sanji. – sonrió orgulloso, se arrodilló con una sola pierna doblada en el suelo a modo de cortesía y cogió una de sus manos para besarla. – El que se encargará de ti hasta que te recuperes.
Le miró con algo de sorpresa y ruborizada, pues podía notarse en sus mejillas. Visto que no sabía qué responder, Sanji continuó hablando:
– ¿Quieres desayunar algo? Se va a hacer tarde.
–Ah... Claro. – sonrió de forma leve, moviéndose un poco hasta dejar las piernas colgando fuera de la cama y se levantó despacio, agarrando aun la mano del joven cocinero.
– ¿Te duele?
– No... No, estoy bien.
– Si en algún momento te duele dímelo, ¿de acuerdo?
Sonrió, bajando la mirada al suelo.
– Sí... Lo prometo. – y comenzó a andar lentamente, cojeando un poco.
Tardaron un par de minutos en llegar a la cocina, y una vez allí, con cuidado, Sanji la ayudó a sentarse en una de las sillas que rodeaban una mesa no muy grande.
La sala era algo más pequeña que el salón, pero era, con diferencia, la parte más pulcra y cuidada de la casa. A un lado, como ya está mencionado, una mesa para dos personas, pegada a la pared. Ni que decir tiene que junto a ella se hallaban las dos sillas complementarias. Al otra lado, un espacio de grises azules centrados en la pared, donde colgaban de forma ordenada los utensilios de cocina. Bajo estos, sobre una encimera, una vitrocerámica con cuatro fuegos y un fregadero, ambos de misma área; a su derecha, una nevera, algo más alta que Sanji. En los muebles de la encimera un horno y un par de cajones, donde guardaría todos los cubiertos. Y, recto al fondo, una ventana, que daba vista a toda la ciudad.
– ¿Qué quieres desayunar? – preguntó él, dirigiéndose a Vivi y subiéndose a la altura del codo las mangas de su camisa. Le miró con curiosidad, algo embobada.
– Lo que quieras...
Sonrió de lado y exclamó animado:
– ¡No te arrepentirás! – y se dirigió a la nevera, para sacar de ella un par de piezas de distintas frutas. Las lavó con agua y comenzó a crear, como algunos solían decirle.
Vivi observó todas sus acciones, prestando atención a cada una de ellas.
– ¿Eres cocinero?
– ¡Sí! Trabajo en un restaurante, el Baratie. ¿Lo conoc...? – se calló antes de acabar la pregunta, guardó silencio y prosiguió:– Lo siento...
Ella rió, negó con la cabeza y le sonrió:– No te disculpes... Podrías llevarme algún día, y así lo veo.
Suspiró aliviado al ver que no le había dado importancia y siguió con su tarea, hablando entre tanto con ella.
– Estaré encantado de llevarte. Pero antes debes recuperarte... ¡Ah! Tengo que avisar al viejo...
– ¿Viejo? – le imitó, curiosa por saber a quién se refería.
– Sí, bueno... El dueño y chef del restaurante. Tengo que avisarle, estas próximas semanas no iré...
– Hmm... – agachó la mirada de forma leve, dirigiendo esta a los vendajes de su pierna.
– ¿Te duele?
– No, no es eso... Es que perderás dinero por tener que estar pendiente de mí...
Soltó una carcajada, ladeando la cabeza para verla.
– No te preocupes por ello, tengo dinero de sobra. Además, él encantado con no tener que pagarme el tiempo que no vaya.
Se mostró sorprendida ante esto y comenzó un breve interrogatorio.
– ¿No le va a importar perder trabajadores? Si es un restaurante...
– Se mosqueará. Pero descuida, que no pasa nada.
– Bueno... Debéis de tener buena relación entonces.
Tardó un momento en responder a esto, y su sonrisa había cambiado a una melancólica.
– Es..., mi padre. – lo dijo en un tono no muy convencido, todavía pensándolo. – Más bien el que me crió. Ahí podría decir que estoy como tú ahora.
Ambos guardaron silencio, dejando escucharse sólo los utensilios de cocina en uso.
– ¡Ya está! – se dio la vuelta y se colocó frente a Vivi, portando en sus manos una macedonia de frutas sobre un bol, acompañada de un pequeño cubierto de plata y un zumo frío. Los dejó sobre la mesa y exclamó servicial:– Espero que te guste, peliazul.
Esta observó aquello con un ligero rubor, esbozando una amplia sonrisa. Cogió con delicadeza el cubierto, en el que ya había pinchado un pequeño trozo de fruta y le dio un bocado, estremeciéndose al probarlo.
– ¡Está muy bueno! No sabe como las frutas normales...
– ¡Me alegra que te guste, mi dulce Vivi! – exclamó emocionado, juntando ambas manos. – Son frutas normales, pero les he añadido unas especias del restaurante, para darles más sabor. Y sobretodo llevan todo mi amor~
Rió al escucharle aquello y respondió:– Eres un genial cocinero, Sanji.
El mencionado sonrió muy ampliamente y le hizo una pequeña reverencia.
– A tu servicio, peliazul.
Ella por su parte continuó con su desayuno, y pasados unos minutos preguntó:
– ¿Tú no desayunas?
– No, no tengo apetito. Además creo que iré ya al restaurante, cuando antes comunique mi ausencia mejor. Pero... – calló.
– Pero..., ¿qué?
– No sé si debería irme y dejarte aquí...
– Oh, vamos. – contestó como si nada, sonriendo cómplice. – No va a pasar nada.
– Ya, pero... Tu herida es reciente, y necesitas ayuda para caminar.
Suspiró con algo de pesadez y lentamente se levantó de su asiento, apoyándose en la pared con una mano.
– ¿Ves? Yo puedo mantenerme en pie. – y dicho esto caminó un poco, lenta y cuidadosamente. Sanji se mantuvo a su lado, inclinando un poco los brazos hacia ella para el caso de que se tambaleara. – No me va a pasar nada.
Lo pensó mirándola y suspiró, dejándose convencer.
– Vale... No tardaré mucho en volver, así que procura quedarte en tu habitación sin moverte hasta que vuelva.
– ¿Eh? – parpadeó un par de veces y le miró sorprendida. – ¿Mi habitación...?
– Claro. A partir de ahora es la tuya.
– Oh... G-Gracias...
– Ni que fueran necesarias. – contestó entre risas. – Y, si me disculpas... – volvió a hacerle una pequeña reverencia, se agachó un poco y, con cuidado, la cogió entre sus brazos. – Así te ahorras el camino a la habitación. – y comenzó a andar hasta llegar, como había dicho, lo que ya era su territorio. Allí la sentó sobre la cama y sonrió al ver el rubor de la chica. – ¿Te ha molestado?
– ¡No, no! Estoy bien... Gracias.
– Me alegro. Entonces me iré ya. Tardaré poco, espera aquí, por favor. – finalizó, saliendo de la estancia para ir al salón. Cogió la chaqueta que dejó sobre el sofá la noche anterior y se la puso, se arregló un poco y, finalmente, salió de la casa.
Caminó tranquilo por las calles, con ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Corría una suave brisa, que golpeaba con suavidad su cabello. Durante el camino estuvo pensando sólo dos cosas; la primera, lo hablado con Vivi en el desayuno. Desde los diez años sabía que aquel hombre, el chef y dueño del restaurante, le había criado. Pero nunca le habían dicho por qué desde esa edad, ni lo que podría haberlo causado. Y lo segundo... Lo que, indefinidamente, a partir de ahora, iba a ser su nueva rutina.
6.- Nami.
5.- Rutina.
Despertó con un ligero dolor de cuello, pues no estaba acostumbrado a dormir en esas condiciones. Se frotó un poco la nuca, se desperezó y se aseó un poco en el baño, para después ir a la habitación en la que había dormido su invitada. La encontró sentada en la cama, de piernas cruzadas y cabizbaja, observando con cautela y curiosidad los vendajes que le cubrían medio muslo. Sonrió al ver que se encontraba bien y despacio se acercó y sentó junto a ella, en el filo de la cama.
– ¿Estás bien, Vivi? – preguntó, mirándola con cariño.
Ella le miró, aún con expresión de no saber qué, y le respondió casi en un susurro:
– … ¿Qué es esto?
– No recuerdas nada, ¿no? Ayer te encontré herida – señaló sus vendajes con la mirada y suspiró. – y te llevé al hospital.
Vivi le miró, aun con aquella expresión.
– Pero... – calló. Y él suspiró, guardó silencio y dijo sin preámbulos:
– Tienes amnesia. Por eso no recuerdas nada. Sólo tu nombre y algo más, supongo..., Vivi.
– … Sí... – no pareció tomárselo mal o con nervios. Sino todo lo contrario, pareció meditarlo. – ¿Y tú quién eres? – guardó silencio unos segundos y continuó–: Por favor...
– Sanji. – sonrió orgulloso, se arrodilló con una sola pierna doblada en el suelo a modo de cortesía y cogió una de sus manos para besarla. – El que se encargará de ti hasta que te recuperes.
Le miró con algo de sorpresa y ruborizada, pues podía notarse en sus mejillas. Visto que no sabía qué responder, Sanji continuó hablando:
– ¿Quieres desayunar algo? Se va a hacer tarde.
–Ah... Claro. – sonrió de forma leve, moviéndose un poco hasta dejar las piernas colgando fuera de la cama y se levantó despacio, agarrando aun la mano del joven cocinero.
– ¿Te duele?
– No... No, estoy bien.
– Si en algún momento te duele dímelo, ¿de acuerdo?
Sonrió, bajando la mirada al suelo.
– Sí... Lo prometo. – y comenzó a andar lentamente, cojeando un poco.
Tardaron un par de minutos en llegar a la cocina, y una vez allí, con cuidado, Sanji la ayudó a sentarse en una de las sillas que rodeaban una mesa no muy grande.
La sala era algo más pequeña que el salón, pero era, con diferencia, la parte más pulcra y cuidada de la casa. A un lado, como ya está mencionado, una mesa para dos personas, pegada a la pared. Ni que decir tiene que junto a ella se hallaban las dos sillas complementarias. Al otra lado, un espacio de grises azules centrados en la pared, donde colgaban de forma ordenada los utensilios de cocina. Bajo estos, sobre una encimera, una vitrocerámica con cuatro fuegos y un fregadero, ambos de misma área; a su derecha, una nevera, algo más alta que Sanji. En los muebles de la encimera un horno y un par de cajones, donde guardaría todos los cubiertos. Y, recto al fondo, una ventana, que daba vista a toda la ciudad.
– ¿Qué quieres desayunar? – preguntó él, dirigiéndose a Vivi y subiéndose a la altura del codo las mangas de su camisa. Le miró con curiosidad, algo embobada.
– Lo que quieras...
Sonrió de lado y exclamó animado:
– ¡No te arrepentirás! – y se dirigió a la nevera, para sacar de ella un par de piezas de distintas frutas. Las lavó con agua y comenzó a crear, como algunos solían decirle.
Vivi observó todas sus acciones, prestando atención a cada una de ellas.
– ¿Eres cocinero?
– ¡Sí! Trabajo en un restaurante, el Baratie. ¿Lo conoc...? – se calló antes de acabar la pregunta, guardó silencio y prosiguió:– Lo siento...
Ella rió, negó con la cabeza y le sonrió:– No te disculpes... Podrías llevarme algún día, y así lo veo.
Suspiró aliviado al ver que no le había dado importancia y siguió con su tarea, hablando entre tanto con ella.
– Estaré encantado de llevarte. Pero antes debes recuperarte... ¡Ah! Tengo que avisar al viejo...
– ¿Viejo? – le imitó, curiosa por saber a quién se refería.
– Sí, bueno... El dueño y chef del restaurante. Tengo que avisarle, estas próximas semanas no iré...
– Hmm... – agachó la mirada de forma leve, dirigiendo esta a los vendajes de su pierna.
– ¿Te duele?
– No, no es eso... Es que perderás dinero por tener que estar pendiente de mí...
Soltó una carcajada, ladeando la cabeza para verla.
– No te preocupes por ello, tengo dinero de sobra. Además, él encantado con no tener que pagarme el tiempo que no vaya.
Se mostró sorprendida ante esto y comenzó un breve interrogatorio.
– ¿No le va a importar perder trabajadores? Si es un restaurante...
– Se mosqueará. Pero descuida, que no pasa nada.
– Bueno... Debéis de tener buena relación entonces.
Tardó un momento en responder a esto, y su sonrisa había cambiado a una melancólica.
– Es..., mi padre. – lo dijo en un tono no muy convencido, todavía pensándolo. – Más bien el que me crió. Ahí podría decir que estoy como tú ahora.
Ambos guardaron silencio, dejando escucharse sólo los utensilios de cocina en uso.
– ¡Ya está! – se dio la vuelta y se colocó frente a Vivi, portando en sus manos una macedonia de frutas sobre un bol, acompañada de un pequeño cubierto de plata y un zumo frío. Los dejó sobre la mesa y exclamó servicial:– Espero que te guste, peliazul.
Esta observó aquello con un ligero rubor, esbozando una amplia sonrisa. Cogió con delicadeza el cubierto, en el que ya había pinchado un pequeño trozo de fruta y le dio un bocado, estremeciéndose al probarlo.
– ¡Está muy bueno! No sabe como las frutas normales...
– ¡Me alegra que te guste, mi dulce Vivi! – exclamó emocionado, juntando ambas manos. – Son frutas normales, pero les he añadido unas especias del restaurante, para darles más sabor. Y sobretodo llevan todo mi amor~
Rió al escucharle aquello y respondió:– Eres un genial cocinero, Sanji.
El mencionado sonrió muy ampliamente y le hizo una pequeña reverencia.
– A tu servicio, peliazul.
Ella por su parte continuó con su desayuno, y pasados unos minutos preguntó:
– ¿Tú no desayunas?
– No, no tengo apetito. Además creo que iré ya al restaurante, cuando antes comunique mi ausencia mejor. Pero... – calló.
– Pero..., ¿qué?
– No sé si debería irme y dejarte aquí...
– Oh, vamos. – contestó como si nada, sonriendo cómplice. – No va a pasar nada.
– Ya, pero... Tu herida es reciente, y necesitas ayuda para caminar.
Suspiró con algo de pesadez y lentamente se levantó de su asiento, apoyándose en la pared con una mano.
– ¿Ves? Yo puedo mantenerme en pie. – y dicho esto caminó un poco, lenta y cuidadosamente. Sanji se mantuvo a su lado, inclinando un poco los brazos hacia ella para el caso de que se tambaleara. – No me va a pasar nada.
Lo pensó mirándola y suspiró, dejándose convencer.
– Vale... No tardaré mucho en volver, así que procura quedarte en tu habitación sin moverte hasta que vuelva.
– ¿Eh? – parpadeó un par de veces y le miró sorprendida. – ¿Mi habitación...?
– Claro. A partir de ahora es la tuya.
– Oh... G-Gracias...
– Ni que fueran necesarias. – contestó entre risas. – Y, si me disculpas... – volvió a hacerle una pequeña reverencia, se agachó un poco y, con cuidado, la cogió entre sus brazos. – Así te ahorras el camino a la habitación. – y comenzó a andar hasta llegar, como había dicho, lo que ya era su territorio. Allí la sentó sobre la cama y sonrió al ver el rubor de la chica. – ¿Te ha molestado?
– ¡No, no! Estoy bien... Gracias.
– Me alegro. Entonces me iré ya. Tardaré poco, espera aquí, por favor. – finalizó, saliendo de la estancia para ir al salón. Cogió la chaqueta que dejó sobre el sofá la noche anterior y se la puso, se arregló un poco y, finalmente, salió de la casa.
Caminó tranquilo por las calles, con ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Corría una suave brisa, que golpeaba con suavidad su cabello. Durante el camino estuvo pensando sólo dos cosas; la primera, lo hablado con Vivi en el desayuno. Desde los diez años sabía que aquel hombre, el chef y dueño del restaurante, le había criado. Pero nunca le habían dicho por qué desde esa edad, ni lo que podría haberlo causado. Y lo segundo... Lo que, indefinidamente, a partir de ahora, iba a ser su nueva rutina.
6.- Nami.
Mientras
que Sanji se dirigía al Baratie, Vivi se quedó en la que ahora,
temporalmente, era la casa de ambos. Así que decidió investigar
un poco en su nueva habitación. Con cuidado se levantó de la
cama, y caminó lentamente hasta estar frente a la mesa del
escritorio. Curioseó la única estantería que tenía la habitación, ocupada en
su mayoría por libros. Detuvo la mirada en uno en especial. Cielo
y Horizonte, era el título de este. Tenía como portada lo que
el título describía; el agua aparentemente infinita del mar, que
parecía arder con los rayos del sol al amanecer.
Lo
dejó sobre la cama para ojearlo después, había llamado su
atención. Ahora había un hueco que destacaba entre todos los demás
libros, por lo que pudo ver el final de la estantería. Más bien lo
que ahí había. Apartó un poco los demás libros y lo dejó ver;
era una pequeña caja, color azul cielo, de aspecto algo deteriorado.
Alargó un brazo hasta cogerla y la miró con curiosidad. Ocupaba el
tamaño de su mano, y era bastante ligera. Con la mano libre quitó
la tapadera que ocultaba el interior de la caja y la dejó en la
cama, junto al libro antes mencionado.
Dentro
sólo había un par de fotografías, de textura áspera y colores
grisáceos, por lo que eran antiguas. Podían apreciarse los cuerpos
de dos personas; una, un hombre rudo y alto, con un gran bigote
trenzado y el vestuario habitual de un cocinero. Junto a él un chico
de unos 10 años, con el mismo vestuario. Sólo tuvo que fijarse un
poco para darse cuenta de que era su hermano, Sanji. Se le
veía feliz, pensó. Dedució que el hombre alto que había junto a
él sería el apodado viejo, su padre, entre comillas. Las
observó con cautela, fijándose en cada detalle, hasta que volvió a
dejarlas donde estaban. Suspiró y con cuidado se sentó en la cama,
cogiendo antes el libro entre sus manos. Se recostó, cogió aire y
abrió el libro, dejando ver una única frase como introducción:
“Dichoso el que ve, que cielo y horizonte condenados están a
tenerse que entender”. Y comenzó a leer, sumergiéndose en las
páginas.
Mientras
tanto, Sanji llegó al restaurante. Aún no era ni medio día, por lo
que no había mucho movimiento en el lugar. Pasó entre las mesas con
las manos metidas en los bolsillos, caminando tranquilamente. Nadas
más entrar a la cocina se esfumó esa tranquilidad.
– ¿¡Dónde
estabas, mocoso!? Llegas horas tarde.
– No
grites, viejo.
– Tsk.
– gruñó. – Vamos, ponte a trabajar.
– Por
eso vengo. – hizo una breve pausa. – Voy a prescindir de
trabajar un tiempo.
Adivinad
de quién recibió la mirada asesina.
– Será
broma, ¿no? – amenazó, con ese acento ruso característico suyo.
– No.
– se encogió de hombros y sacó el informe que le había dado
Kureha la noche anterior, mencionando los daños de Vivi. – Anoche
encontré a una chica herida en la parte trasera del restaurante. Me
tengo que ocupar de ella.
– ¿En
la parte trasera? – comentó molesto, leyendo con rapidez el
informe.
– Está
en mi casa. La doctora que la atendió me dijo que me ocupara de
ella un tiempo. Apenas puede andar, por lo que tengo que estar
pendiente.
– Podrás
venir aunque sean unas horas.
– Acabo
de decir que no puede andar. Tengo que estar pendiente.
– No
puedo prescindir de mis cocineros. – finalizó, cediéndole de
nuevo el papel a Sanji.
Este
le observó serio, volvió a guardar el informe en uno de los
bolsillos de su pantalón y se giró.
– Lo
dicho. No vendré en un tiempo. – inmediatamente se agachó al
notar una rápida brisa de aire en la nuca. Dio media vuelta y
frunció el ceño. – ¿¡Qué demonios haces!?
– No
te he dado permiso para irte. – habló, intangible, el dueño del
restaurante.
Se
incorporó, tras haberle asestado una potente patada al rubio.
– Tampoco
te lo he pedido. – se encendió un cigarrillo con su inseparable mechero de oro y aspiró lentamente
el humo, dejando que sus pulmones se inundaran de este. – Venía a
informarlo.
Expulsó
el humo y volvió a caminar, aproximándose a la puerta por la que
había entrado. Esperó recibir otro ataque, pero salió del local
sin percances. Una vez estuvo en la calle, observó una última vez
el cada rincón del restaurante, para después volver a caminar hacia
su casa, a paso tranquilo, aún con su cigarro entre los labios.
Tardó
unos minutos en llegar. Suspiró y con tranquilidad abrió la puerta,
dejando paso al interior tras volver a cerrar la entrada. Caminó
hacia la habitación en la que dejó a la chica, esperando
encontrársela recostada en la cama. Y, en efecto, ahí la encontró,
sumergida en su lectura. Dio un par de golpes suaves a la puerta,
llamando su atención.
– Vivi...
– la llamó, casi en un susurro. – Ya he vuelto.
– ¡Sanji!
– se incorporó un poco, sonriendo contenta. – Qué pronto
vuelves.
– Te
dije que no tardaría. – se sentó a su lado y observó el libro
con curiosidad. – ¿De dónde lo has sacado?
– Ah,
bueno... Me levanté un momento y lo vi en la estantería...
– Te
dije que no hicieras esfuerzos.
– Lo
siento...
– Vale,
vale. – suspiró. – Estás bien, ¿no?
– Sí,
sí.
– Bien,
entonces... Todavía es temprano para preparar la comida. Y apenas
puedes moverte...
– ¿Cómo
ha ido en el restaurante? – habló la peliazul, adivinando lo que
estaba pensando.
– No
se lo ha tomado muy bien. – dijo en una carcajada. – Pero ya
tengo todo mi tiempo para ti.
Ella
agachó la mirada, con una tenue sonrisa.
– Gracias,
Sanji...
– Ni
se te ocurra. – respondió, con una cariñosa sonrisa. – Hasta
que te recuperes soy tu hermano mayor. ¿Queda claro?
– Sí...
– suspiró.
– Bien.
Pronto saldremos a la calle.
– ¿Eh?
– Si
vas a estar aquí necesitarás algo de ropa. No empezarás a ponerte
siempre mis camisas.
Rió
ante esto, mirándole ya más animada.
– Pero
has dicho que no puedo andar demasiado.
– Y
no puedes. Pero será en un par de días, cuando estés mejor. Y
siempre puedo llevarte a la espalda.
– Idiota.
– contestó, riendo.
– Lo
que quieras, pero tu idiota hermano mayor. Además puedo llamar a
una amiga para que nos acompañe.
– ¿Quién?
– preguntó, con curiosidad.
– Nami.
Tiene buen gusto. Y si nos falta dinero igual se ofrece a dejarnos
algo. – esto lo dijo en un tono no muy convencido. – Ya hablaré
con ella.
– Vale,
vale. Suena bien.
– O...
Si quieres cambiarte puedo llamarla, y que traiga algo de su ropa si
no le importa.
– No
quiero ser una molestia...
– No
lo eres. Espera aquí.
Salió
de la habitación y se dirigió al salón. Ahí, de encima de una
mesilla, cogió un teléfono y marcó un número.
– ¡Nami-san~!
– dijo en un gritito emocionado, cuando el receptor de la llamada
respondió esta. – ¿Podrías venir hoy a mi casa, por favor? Y si
pudieras traer algo de tu ropa... – se escuchó un grito
proveniente del teléfono, que en realidad sería el grito de un
demonio. – ¡No, no...!, ¡por Dios! Es que tengo una visita...,
indefinida. Y no tengo ropa para ella. Por favor, Nami-san... – un
par de segundos tardó en responder. – ¡Gracias, mil gracias,
Nami-san~! – finalizó la llamada y se dirigió de nuevo a la
habitación, danzando por el camino. – Vivi, en unos minutos
vendrá Nami con algo de ropa.
– Oh...
B-Bien, gracias.
– Tranquila,
os llevaréis bien.
Y,
como afirmó, en menos de media hora sonó el timbre de la casa.
Sanji fue con rapidez a abrir la puerta, con una amplia sonrisa en su
rostro.
–
¡Nami-saaaaaaan~! ¡Tan bella como siempre!
– Sí,
sí. – respondió la mencionada con el menor interés, entrando a
la casa. Era una chica de la misma estatura que Vivi, tez no muy
oscura y ojos castaños, en un tono casi rojizo. Su cuerpo, al igual
que el de Vivi, era de lo más esbelto. Y su cabello corto
pelinaranja resaltaba el color de su piel. Llevaba una camisa a
botones, rosada, de mangas largas, una mini falda negra y zapatos de
tacón sencillos, no muy altos, también negros. En una mano llevaba
una pequeña bolsa, seguramente donde llevaba la ropa. Parecía
tener bastante confianza con Sanji. – ¿Dónde está tu visita?
– En
una de las habitaciones~
Ambos
caminaron por el pasillo, hasta llegar a la habitación en la que se
encontraba nuestra peliazul. Estaba sentada en la cama, con la
espalda erguida. Al verlos entrar sonrío calurosamente, sin decir
nada.
– Esta
es Nami-san. Se llama Vivi. – se acercó al oído de la
pelinaranja y susurró:– Tiene amnesia...
Nami
la miró con curiosidad al escucharle y sonrió ampliamente,
acercándose a ella.
– Veo
que no puedes caminar. ¿Me equivoco? – habló, con una sonrisa
cómplice.
– No
mucho...
– Sanji,
espera fuera.
– ¿Eh?
¿Por qué? – respondió este, apoyado en el marco de la puerta.
– No
querrás estar aquí mientras se cambia... ¿No? – ladeó la
cabeza para verle, en un tono de voz amenazante.
– ¡C-Claro
que no...! Esperaré fuera... – y salió del cuarto, con un ligero
color rosado en sus mejillas. Se sentó en el sofá del salón,
esperando el aviso de la pelinaranja para volver a entrar.
– Sanji.
– la escuchó por fin, pasados unos minutos. – Ya puedes pasar.
Entró
en la habitación con una amplia sonrisa, que se disipó al ver a
Vivi.
– Vivi...
¡Estás preciosa! – exclamó, todavía más ruborizado.
7.- Descubrimientos.
– ¿Con
eso estás cómoda? – preguntó la pelinaranja, ignorando el
efusismo del rubio.
– Sí...
Muy bien. – llevaba una sudadera de tela fina, color granate,
acompañada de las prendas que ella ya llevaba del día anterior; un
pantalón corto color blanco y botas del mismo color, que no
alcanzaban a llegar a la rodilla.
– En
el armario te he dejado ropa para un par de semanas. – volvió a
hablar Nami. – Sanji, ven. – avanzó hacia él y tiró
suavemente de uno de sus brazos, hasta llegar ambos al salón. –
¿Qué le pasó?
– No
lo sé. La encontré en la parte trasera de mi restaurante. –
guardó silencio antes de continuar. – Estaba herida de una
pierna, y como te he dicho tiene amnesia. Sólo recuerda su nombre,
creo... La llevé al hospital y tengo que cuidar de ella hasta que
se recupere.
Nami
volteó la cabeza, volviendo a mirar, de reojo, a Vivi.
– ¿Y
tu trabajo?
– Antes
de llamarte fui a avisar que no iría en una temporada. – se
encendió un cigarrillo, con total tranquilidad.
– ¿Y
cómo piensas que vais a vivir sin dinero?
– Tengo
mis ahorros, no es problema.
– Tú
no sabes ahorrar. – reprochó ella, cruzando los brazos. –
Tienes que seguir trabajando. Si tarda demasiado en recuperarse se
os van a complicar las cosas.
– No
puedo estar pendiente de ella y trabajar a la vez. Además, ya le
dije al viejo que no iría.
–
Vuelves y te reincorporas. – dijo en un suspiro. Es
sencillo. En cuanto a Vivi... Puedo ayudarte a cuidarla.
– ¡No
te molestes, Nami-san~!
Y, en
cuestión de segundos, de su cabeza brotó una pequeña contusión.
– No
me molesta siempre y cuando reciba un 40 por ciento de tu sueldo a
cambio. Ahora tengo que ir a casa, ya nos organizaremos. – Y
caminó hacia la puerta, con la cabeza alta.
– G-Gracias,
Nami-san... – finalizó la conversación, frotándose con una mano
el lugar de la contusión. Suspiró y volvió junto a Vivi, quien
seguía sentada en la cama, mirando hacia la ventana que el cuarto
tenía. – Vivi, ¿estás bien?
– Claro...
¿Por qué? – sonrió levemente, ladeando la cabeza para mirarle.
– Por
nada... Me alegro. Ah, Nami se ha ofrecido a ayudarme contigo. Para
no tener que dejar mi trabajo en el restaurante. Pero...
– ¿Pero
qué? Lo prefiero así. No quiero que por esto tengas que dejar tu
trabajo.
La
miró, con una tierna sonrisa, y ambos se mantuvieron en silencio.
– Iré
haciendo la comida. ¿Qué te apetece?
– Lo
que quieras. Tengo comprobado que cocinas de maravilla. Aunque...
– ¿Sí?
– Sí
que me gustaría ver lo que cocinas.
Él
sonrió ampliamente, hizo una pequeña reverencia y exclamó:– ¡Te
llevaré en brazos, peliazul~!
Y
con cuidado así hizo, hasta dejarla de nuevo sentada junto a la
mesa.
El
día transcurrió normal; ambos comieron, comentaron algunas
anécdotas que Sanji contó,... encajaron, por decirlo de
alguna forma. Sobre la tarde/noche Nami llamó a Sanji.
– Bien.
Gracias, Nami-san~ – fue lo único que Sanji dijo como respuesta a
la llamada de la chica, antes de finalizar la misma.
–¿Qué
pasa?
– Lo
que te dije yo antes. – sonrió. – Ella se encargará también
de ti, sólo cuando yo tenga que trabajar.
Vivi,
por su parte, sonrió muy levemente y susurró:– Muchas gracias, de
verdad...
A
partir de ahí, y hasta la noche, volvió a transcurrir todo sin
problemas, y cada uno pasó la noche en su habitación
correspondiente. Después, la mañana siguiente, Sanji se despertó
temprano, mientras Vivi dormía aún.
Dirigió
la vista hacia la ventana situada en una de las paredes, desde la que
se podía apreciar el amanecer. La luz del sol naciente, combinada
con la leve niebla que habían creado la humedad y el frío de la
noche anterior, formaba un juego de luces y colores en el que
perderse no le resultó un problema. Decidió por fin levantarse, se
vistió con uno de sus habituales trajes, y, sin hacer ruido, dejó
en la habitación de Vivi una nota que previamente escribió:
“Aún
es temprano y no me gustaría despertarte, pero tengo que ir al
restaurante. Abren temprano y cuando antes llegue antes podré
volver. Nami tiene unas llaves de la casa, vendrá antes de que te
despiertes. En la nevera he dejado algo para que desayunéis y la comida, espero
que os guste. Cuídate y por favor, no hagas esfuerzos, si necesitas
algo tienes a Nami.
Sanji.”
Dejó
el papel en la cama, junto a la chica, y salió en silencio de la
casa. Se detuvo nada más dar un paso en la calle y se encendió un
cigarrillo. Observó cómo la brisa de la mañana se llevaba el humo
de aquella droga, como si nunca hubiera existido. Y comenzó a
caminar, como siempre, con sus manos en los bolsillos de su pantalón.
– ¿Al
final has decidido venir, mocoso?
– Hola
a ti también, viejo. – chasqueó la lengua molesto al ser aquello
lo primero que escuchó por parte del mayor. No había nadie en el
restaurante, por lo que se sentó en una de las mesas de este
terminando su cigarro.
– Incompetente.
– mencionó Zeff, el viejo, entrando a la cocina y dejando
solo al joven rubio.
Mientras,
Vivi ya estaba despierta, sentada en su cama y terminando de leer la
nota de Sanji. Suspiró, incorporándose un poco.
– A
ver qué hago...
– Para
empezar no moverte. – aquello la sobresaltó, haciendo que
volviera a sentarse. Era Nami, que, como en la nota decía, llegó
también temprano. Se sentó junto a Vivi, con una amplia sonrisa. –
Siento haberte asustado, pero Sanji dice que no puedes moverte.
– No
importa, no importa... – suspiró aliviada al ver que era ella y
sonrió. – Puedo andar, sólo debo ir despacio...
– ¿Necesitas
ir a algún sitio o hacer algo en especial?
– No...
– Entonces
nos quedaremos aquí. – se levantó, sin decir nada más, y al
momento regresó con los desayunos de ambas sobre una bandeja que a
su vez dejó sobre la cama. – Desayunaremos y nos entretendremos
con algo.
Y
así hicieron. Tras desayunar ambas, Nami dejó en el suelo de la
habitación una bolsa, algo más grande a la que trajo la tarde
anterior.
– Aquí
he traído más ropa. – comentó sonriente, sacando de la bolsa un
vestido algo..., provocador. – No sé cómo es tu estilo,
así que puedes elegir. Como tenemos la misma talla da igual.
Vivi,
contenta, miró con curiosidad las prendas de la bolsa y respondió:
– Muchísimas
gracias, Nami...
– Toma,
pruébate esto. – ignoró el comentario, mirándola con
complicidad. Le ofreció una camisa azul grisáceo con un sólo
tirante que la sujetara al hombro, acompañada de unos pantalones
cortos, color blanco. – Te quedará bien.
Observó
el conjunto curiosa y despacio se quitó las prendas que ya llevaba,
para ponerse estas nuevas. No le importó que Nami estuviera delante,
pues, de un modo u otro, ambas ya habían tomado confianza. Sin
mencionar que nuestra pelinaranja prestó más atención a las demás
prendas que a Vivi.
– Ya
está. – se peinó un poco el pelo con una mano y se mantuvo
erguida esperando la opinión de Nami, que la observó con sus manos
juntas.
– ¡Te
queda genial! Quédatelo, es nuevo y yo apenas lo he usado.
– G-Gracias.
– sonrió levemente, con un ligero rubor.
El
resto de la mañana la pasaron como tal, compartiendo tanto la ropa
como las opiniones hacia esta. La última prenda que quedaba se la
probó Vivi, dejando medio extasiada a la otra.
Llevaba
un vestido azul noche, de tela fina y palabra de honor, que hacía
juego con el azul cielo de su cabello. Ocupaba hasta algo más arriba
de sus rodillas, donde comenzaban un par de volantes para finalizar
la prenda. De todo lo que se había probado, aquello era
probablemente lo que más realzaba su figura.
– Te
queda precioso... – habló Nami, mirándola de arriba a abajo.
– Bueno...
– agachó la mirada para verse, con el anterior rubor presente.
– Guarda
este. En alguna ocasión especial te servirá.
– ¿Seguro?
Es tuyo, no sé...
– Hace
más juego con tu pelo que con el mío. – rió. – Ya es tuyo.
Ambas
sonrieron, mientras que Vivi se quitaba el vestido con cuidado y
volvía a ponerse lo que llevaba desde el principio.
La
tarde se presentó tranquila; comieron, ambas (con cuidado de Vivi)
estuvieron en el salón de la sala, y comentaron un tema al que Vivi
llevaba un tiempo dándole vueltas.
– ¿Qué
le ocurrió a Sanji de joven? – esto captó la atención de Nami,
quien la miró curiosa.
– ¿A
qué te refieres?
– La
mañana de ayer comentamos algo así, y se puso muy serio...
– Nunca
habla de su pasado. No sé por qué, pero de eso no sé nada. Tan
sólo que Zeff, el dueño del restaurante en que trabaja, le crió.
No
respondió, sólo agachó la mirada, pensativa.
En
seguida Sanji volvió a la casa, pillándolas a ambas en el salón.
–
¡Nami-saaaan~!
¡Vivi-chwaaaan~! – exclamó, danzando hacia ellas. – ¡Os he
echado de menos!
Vivi
sonrió algo avergonzada, mientras que Nami no le dio la más mínima
importancia.
– Ya
que has vuelto, me toca irme, ¿no? – mencionó, levantándose de
su asiento.
– Muchas
gracias, Nami, querida. – le agradeció, haciéndole una pequeña
reverencia.
– Tranquilo,
ya me lo pagarás. – y salió de la casa, con una pícara sonrisa decorando su rostro.
8.-
Se
acercó a Vivi y se sentó a su lado, esbozando una cariñosa
sonrisa:
– ¿Cómo
os ha ido?
– Muy
bien. Me ha dejado mucha ropa. – sonrió. – Y la comida que
dejaste estaba muy buena.
– ¡Me
alegra que te gustara, peliazul~!
– ¿Y
en el restaurante?, ¿te dijeron algo?
– No,
ha ido todo bien. – se llevó una mano a la nuca. – Haré ahora
la cena. ¿Tienes hambre?
– Un
poco...
– ¡Prepararé
algo en nada~!
Y
así, como el día anterior, hasta que ambos terminaron la cena.
El
traspaso de las siguientes dos semanas no cambiaron demasiado,
respecto a estos dos días. Nami continuó pasando las tardes con
Vivi, mientras el cocinero trabajaba. Aunque Nami se ofreció a pasar
con ella más tiempo; en solo dos semanas habían pasado a ser buenas
amigas. Así como su relación de hermanos con Sanji, que
había tomado la confianza como de dos verdaderos hermanos.
Hoy
es viernes. Vivi está en su habitación. En estas dos semanas no ha
recordado mucho, nada considerado importante para saber más sobre
ella. Pero su herida ya ha sanado y puede caminar sin ayuda. Nami no
estuvo con ella, así que se entretuvo como pudo hasta la noche.
– Ya
estoy... – escuchó una voz débil, seguido del chasquido de la
puerta cerrándose tras haber sido abierta. Salió al salón y vio a
Sanji, dejándose caer en el sofá. – Hola, Vivi.
– Te
veo más cansado de lo habitual.
– Hoy
ha habido más gente en el restaurante de lo habitual. – sonrió.
– ¿Has cenado?
– No,
no tengo hambre. Quizás más tarde.
– Bueno...
– suspiró, se desató la corbata del traje y dejó caer los
brazos sobre su abdomen. – ¿Qué has hecho hoy? ¿Has estado
bien?
– Sí,
como siempre. Por cierto – sacó un papel doblado del bolsillo de
su pantalón, vieja, de un color amarillento y los bordes
ligeramente desgastados. – He encontrado esta foto al final de un
libro. Lo encontré cuando vine aquí y lo he terminado hoy. Creo
que el chico de la foto eres tú.
Cogió
el papel con cuidado y lo volteó varias veces, como si fuera la
primera vez que veía un trozo viejo de hoja. Lo desdobló con
cuidado, y hasta no pasados unos segundos de mirar lo ilustrado no
cambió la expresión.
– ¿Qué
pasa? ¿No eres tú?
– Sí,
lo soy, pero... – se incorporó, sin apartar la vista de la
fotografía. – ¿En qué libro la has encontrado? – Vivi fue a
su cuarto y, portando el libro en una de sus manos, volvió al
salón. Cielo y Horizonte. – Este libro me lo dio Zeff
cuando empecé a trabajar en el restaurante, pero nunca lo he
leído... – volvió a fijarse en la fotografía. Salía él, con
unos 2 años, siendo acunado por una mujer joven. No podía
distinguir bien el rostro de la mujer, el paso del tiempo había
deteriorado la mayor parte del papel.
– ¿No
sabes quién es ella?
– No...
– dejó la fotografía sobre la mesilla de madera y se llevó una
mano a la cabeza.
– Quizás
Zeff lo sepa, si te lo regaló él... ¿Nunca te dijo a quién
perteneció el libro? – no recibió respuesta. – Mañana podrías
llevarlo y preguntarle.
– No
será nada importante. – decidió quitarle importancia. Se levantó
y se dirigió a su cuarto. – Mañana le consultaré. ¿Quieres que
te haga algo de cena?
– No,
de verdad, no tengo hambre. Gracias.
Sonrió.
– En
ese caso me voy a dormir. Estoy cansado de hoy. Vete a dormir
también, es algo tarde. Y si necesitas algo no dudes en
despertarme.
Pero
Vivi fue la única de ambos que pudo conciliar el sueño. Pensar en
quién podía ser la mujer de la fotografía, y por qué él estaba
con ella en esos tiempos que ahora no recuerda, le impedía dormir.
***
Era
sábado, por la mañana. Se levantó temprano para ir al restaurante,
sin darse cuenta de las leves ojeras que decoraban su único ojo
visible. Se preparó como todos los días, dejó una nota a Vivi como
todos los días y puso camino al local, sosteniendo el libro en una
de sus manos. Decidió hablar de ello a la tarde, cuando en el
restaurante sólo estuvieran él y Zeff. Así que al llegar guardó
el libro entre algunos más de recetas de cocina, en una pequeña
estantería de la despensa.
– Te
veo muy serio, chico. – era Zeff, quien no recibió respuesta por
parte del rubio. – Ponte a trabajar de una vez.
Y
qué iba a trabajar un sábado. Apenas pasó gente por el local, así
que, aunque el día se hizo largo, llegó la tarde. Ya no había
nadie. Recuperó el libro de la despensa y se reunió con Zeff en la
cocina.
– ¿Qué
quieres? Es hora de cerrar, ya puedes irte. – de nuevo, ninguna
respuesta. – ¿Me estás escuchando?
Sacó,
como si no hubiera nadie más con él, la fotografía del final del
libro y la sostuvo cerca de su rostro.
– ¿Quién
es? La mujer que me tiene acunada.
– No
lo sé.
– Tú
me diste este libro.
– No
sabía que esa fotografía estaba ahí.
– ¿Cómo
no vas a saberlo? Soy yo. Es mucha casualidad.
Se
levantó del taburete en el que había estado descansando y le dio la
espalda. No le respondió.
– Lo
preguntaré de otra forma... ¿Quién fue el dueño de este libro? –
continuó sin responder. – Viejo. – silencio. – ¡Contesta!
Le
miró de reojo, sin mostrarse nervioso a pesar de los nervios que
comenzaban a dominar al más joven.
– Se
lo compré a una mujer y te lo di a ti.
– ¿Qué
mujer? ¿La que sale en la fotografía?
– No
lo sé.
– ¡Tienes
que saberlo! Soy yo con muy pocos años, no recuerdo nada de ese
entonces.
– Ese
es tu problema, no el mío. – finalizó, y dio media vuelta,
pasando por su lado para marcharse. Al menos, intentarlo; Sanji
agarró el cuello de su camisa y le detuvo el paso. – ¿Qué
narices haces?
– ¡Tienes
que saber quién es! ¡Dímelo!
– …
– ¡Habla!
– atacar. Fue lo que hizo, ante la histeria de su segundo chef.
Alzó una rodilla con fuerza y golpeó su abdomen, pudiendo
deshacerse de su agarre.
– Se
te van todos los modales a las mujeres. ¿Qué hay de tus mayores?
Forzó
una sonrisa, ahogando un leve quejido por el golpe.
– No
es tan difícil... ¿Quién es esa mujer?
– ¿Has
pasado toda tu vida sin abrir el libro hasta ahora?
Ahora,
la patada cargada de su paciencia ya agotada, la recibió él. Tan
solo patadas por parte de ambos. Pero la paciencia de los mayores
también tiene un límite. Alzó con una mano a Sanji, a unos
centímetros del suelo, arrugando su camisa y corbata. De los labios
de este brotaba un pequeño hilo de sangre, sin mencionar la rabia
que desprendía su ojo visible.
– ¿¡No
eres capaz de recordar a tu familia!? – ahora él, el que no
recibió respuesta. – ¿No a la mujer que te dio la vida? – le
soltó en el suelo sin ningún cuidado, observando cómo su rostro
se iba tornando a uno lleno de sorpresa y, quizás, hasta tristeza.
– ¿...Mi
madre? ¿Cómo...?
– Cuando
tú tenías dos años. La encontré en una ciudad casi abandonada al
completo. Ella estaba herida, no sé de qué o por qué. Os tenía a
ti y a ese libro en brazos. Intenté ayudarla, la llevé a un
hospital de por allí. Pero murió. – silencio. Ese silencio
incómodo, cargado de tensión. – Sentí la obligación de
ocuparme de ti. Guardé el libro, pero no sabía que esa fotografía
estaba ahí. Cuando cumpliste once años te lo di. Recordarás eso,
¿no? – seguía echado en el suelo, con la mirada perdida.
Suspiró– Vuelve a casa, chico. Es tarde.
– Vivi...
– apenas entró en la casa y se apoyó en una de las paredes,
dejándose caer al suelo.
La
mencionada, nada más verle se sentó frente a él, fijándose en las
heridas de su rostro.
– ¿¡Qué
ha pasado!? Tienes que curarte eso, vamos.
– Estoy
bien, no importa, fue Zeff.
– ¿Zeff...?
¿Qué ha pasado?
Le
mostró la fotografía, mirándola de la misma forma que antes miraba
a Zeff.
– Era
mi madre, ¿sabes? He tenido toda mi vida su única pertenencia
conmigo. No tenía ni idea de que pudiera tener una madre. Y de no
ser por ti ni siquiera lo habría descubierto.
– Lo
siento... No creía que...
Negó
con la cabeza.
– Te
lo agradezco. Siempre es mejor saber la verdad aunque duela que
vivir en la ignorancia. ¿No?
– Yo
no puedo saber eso... – contestó, señalando su amnesia.
Suspiró.
Dejó la fotografía y el libro en el suelo y se levantó, mientras
se limpiaba la sangre ya seca del labio con el dorso de la mano.
Vivi, justo tras él, se incorporó y se colocó a su espalda, cuando
este ya estaba frente a la puerta de su habitación.
– Sanji...
– no contestó. – Lo siento, lo siento muchísimo... – escuchó
una suave risa.
Se
dio la vuelta, sonrió y la abrazó despacio, dejando que su cabello
le ocultara el rostro.
– Creo
que ya sé cómo te sientes tú todos los días.
9.-
Amar es arriesgar.
Deshizo
el abrazo y le sujetó los brazos con sus manos.
– No
es lo mismo... – en respuesta, rió. – ¿Qué?
– Gracias,
Vivi. – bajó los brazos, y con ello las manos de la mencionada.
– ¿Quieres
que te prepare algo?
– No.
Pero podrías quedarte aquí un rato. – Sonrió, y ante esto ambos
se sentaron en la cama del dormitorio. – ¿De qué trata? –
preguntó, refiriéndose al libro.
– Habla
de la convivencia. De cómo dos personas distintas pueden llegar
hasta a amarse. Lo dice en la primera página. – tomó el libro en
sus manos, tan interesada como el día que lo descubrió, y comenzó
a leer. – Dichoso el que ve, que cielo y horizonte condenados
están a tenerse que entender. Ambos distintos, pero ambos
siempre juntos. – sonrió. – Estaría bien que lo leyeras. –
continuó ojeando las páginas hasta percatarse de la mirada de su
acompañante, fijada en ella. – ¿Qué pasa?
– Nada.
– ¿Y...?
– Vivi.
– se acercó a ella y tomó una de sus manos, estrechándola con
suavidad. – ¿No has recordado nada desde que estás aquí?
– No
gran cosa... ¿Por qué?
– ¿Ni
tu familia?
Sonrió.
– Tanto
la familia que pueda tener como tú y Nami, lo sois.
Suspiró,
y con una leve sonrisa dijo:
– Te
quiero, Vivi.
No
respondió. Se quedó mirándole, mientras un suave tono carmín
inundaba sus mejillas.
– Bueno...
Os he cogido mucho cariño a Nami y a ti...
– No,
no. – negó con la cabeza. – No así. – sonrió, y estando a
pocos centímetros de ella besó repetidas veces su mejilla derecha.
Besos cortos, tímidos, que deslizó suavemente hasta su cuello. –
Si quieres que pare dímelo.
Tomó
sus manos y la recostó despacio, quedando encima, sin cesar los
besos. Por su parte, ella habría pedido que parase. Pero otra cosa
muy distinta es que quisiera.
Continuó
los besos, recorriéndole el cuello hasta la oreja, sacándole algún
que otro suspiro.
– ¿Quieres
que pare?
– No...
Sonrió.
Cerró los ojos y apresó los labios de la chica con los suyos,
esperando que esta correspondiera. Aunque, en parte, le sorprendió
que lo hiciera. Vivi, sin entender muy bien por qué hacía aquello,
rodeó su espalda en un tierno abrazo, rozándose más ambos.
Mientras que Sanji, con toda la delicadeza imaginable, subió su
camisa y acarició su vientre. Ninguno sabía muy bien qué les había
llevado a hacer eso. Era esa..., sensación de bienestar, de
seguridad, que habían creado mutuamente.
Sin
darse cuenta, ni sabiendo en cuánto tiempo, ambos estaban
semidesnudos, inundándose a besos el cuello, las mejillas,... Sin
darse cuenta de que Sanji entraba en ella, sacándole algún quejido
de dolor.
– ¿Te
duele...? – la vio cerrar los ojos con fuerza, apretar los dientes
y aferrarse con fuerza a sus brazos. Negó con la cabeza, forzó una
sonrisa y susurró:
– Te
quiero...
Sonrió.
Besó sus mejillas, la comisura de sus labios, limpió las pequeñas
lágrimas que brotaban de sus ojos. Y comenzó a moverse dentro de
ella.
Dolor
o placer. Ella, al menos, no sabía dónde empezaba uno y dónde
acababa otro. Fijó la mirada en el techo, con la cabeza plantada de
dudas. Y ahora, ¿qué?, se decía. Cuando esto acabara. Cuando el
placer que comenzaba a sentir se esfumara, cuando volvieran al punto
de partida. Todo se desvaneció entonces. Escuchó un ronco gemido
por parte de su amante, seguido de un intenso calor por
dentro; eyaculó.
Se
quedaron así, normalizando sus respiraciones, mirando cada uno a un
lado.
– Vivi...
– se le dibujó una sonrisa al verla. Sonreía con inocencia,
recuperando el aire a pequeñas bocanadas, sus perladas mejillas
estaban teñidas de un intenso color rosado. Le miró. – Te
quiero. – con sus fuertes brazos le rodeó la espalda, la apegó a
él. Correspondió.
– Y
yo a ti.
Se
tumbaron uno al lado del otro, sintiendo sus respiraciones, y se
fundieron en un apasionado beso mientras sus piernas se entrelazaban
y sus cuerpos se amoldaban de forma que parecían uno.
***
Les
despertó la habitual visita de la pelinaranja, que les pilló tal y
como durmieron; ambos desnudos, apenas cubiertos por las sábanas. Y,
siendo Vivi, ¿quién querría sábanas? Ya la cubrían los brazos
del rubio; su rubio.
– ¿Se
puede saber qué hacéis? – casi fue un grito, suficiente para
despertarles. El asombro de Sanji fue tal que su consiguiente
sonrisa casi le llega a las orejas. Eso sí, sin soltar a la
peliazul, quien nada más abrir los ojos pareció quedarse en
blanco. – ¡Levanta de ahí, Sanji! – fue la orden suficiente
para que este reaccionara.
– ¡L-Lo
siento, Nami-san~! – agarró sus ropas y salió del cuarto,
cubriéndose con ellas. No sin recibir, como normalmente, un golpe
en la cabeza por parte de Nami, quien cerró la puerta de un
portazo.
Se
acercó a Vivi, que, aún sonrojada, estaba sentada sobre la cama,
pegada al cabecero de esta y cubriéndose con las sábanas. Esperó
recibir un grito por parte de su amiga. Para su asombro, fue todo lo
contrario.
– ¿Qué
habéis hecho? ¿Quisisteis ambos? ¡Cuéntamelo! – llena de
curiosidad y alegría, por decirlo así.
Quizá
fue todo muy rápido. Quizá nunca debería haber pasado. Pero, ¿qué
somos si no arriesgamos? Amar es arriesgarse a que no le quieran. Y
quizás aquí, esa frase no tenga lugar. Quizás nadie se haya
arriesgado a sufrir.
10.-
Novedades.
Domingo,
medio día.
– Vivi-chwan,
Vivi-chwan, Vivi-chwan~ – pasaban las horas y solo era capaz de
repetirlo. En especial cuando cocinaba, como ahora.
– Sanji.
– era Nami. Se colocó a su espalda, con los brazos cruzados,
mostrándose seria. El llamado se giró, sin borrar esa amplia
sonrisa que decoraba su rostro. – Vivi me ha contado lo que ha
pasado. – se aclaró la garganta. Alzó un brazo como si fuera a
golpearle y... – ¡Menudo ejemplar te has pillado, suertudo! –
dio unas palmaditas sobre su espalda, hablándole con toda la
confianza del mundo, como si nada. Despertando el sonrojo de su
amigo. – Ahora sí que tendrás que protegerla con tu vida.
– No
hables así, Nami-san...
– Si
te encanta. – sonrió. – Ya que hoy no trabajas y estarás aquí,
me voy. – dio media vuelta, camino a la puerta. – Voy a pasar el
día con Nojiko.
– ¡Ah,
Nojiko~! – juntó ambas manos y entrelazó los dedos. Era la
hermana mayor, y adoptiva, de Nami. – ¿Cómo está?
– Bien.
Como siempre. – encogió los hombros, abrió la puerta de la casa
y puso un pie fuera. – Le daré recuerdos tuyos. – finalizó, y
salió del lugar cerrando la puerta tras de sí.
Sanji
dio media vuelta y entró de nuevo a la cocina, volviendo a su tarea.
Hasta pasados unos minutos no se fijó en que unos tímidos ojos le
observaban.
– ¡Oh,
mi dulce peliazul! – dio un salto hacia ella, y con ambas manos
cogió las suyas. – ¡Hoy estás más preciosa que nunca! –
exclamó, despertando el sonrojo en ella. No dijo nada. Sonrió, se
deshizo del agarre de sus manos y tomó asiento en una de las
sillas. – ¿Ocurre algo?
– Podemos...
¿declarar esto oficial?
– ¿A
qué te...? – calló. Una leve mirada cómplice por parte de la
chica le hizo entender. Sonrió. – Por supuesto.
Quizás
ese tiempo viviendo juntos había hecho que, en parte, Sanji olvidara
la amnesia de la chica. O que al menos, se mentalizara de que a
partir de hoy sólo serían ambos. Nadie más.
Gran
error.
Pasó,
ahora, un mes. Se cumplió un mes y medio desde que ambos compartían
casa; y un mes desde que se compartían el uno al otro. Vivi empezó
a recordar algunas cosas. En especial, según ella, a un chico con el
que asegura, vivía. Nunca lo describió; simplemente porque no era
capaz de visualizarlo.
Sábado,
2 de Enero.
Hace
horas que había pasado el medio día; ya comenzaba a atardecer.
Ambos
estaban en el salón de la casa, acomodados en el sofá. Sanji estaba
sentado, frente a la televisión, mientras que Vivi estaba recostada
sobre él, descansando la cabeza sobre su regazo. Pronosticaban una
noche normal. Hasta que el timbre de la casa sonó.
– Vivi...
– agachó la cabeza y le susurró al oído; estaba medio dormida.
– Levanta, voy a abrir. – acarició una de sus mejillas. Ella
inmediatamente se incorporó y le sonrió, frotándose un ojo con
suavidad.
Se
levantó y lentamente, tras estar frente a la puerta, abrió esta,
dejando ver la visita. Frunció el ceño nada más fijarse.
– ¿Qué
quieres, marimo?
– De
ti nada. – respondió cortante, echándose a un lado y dejando ver
a otro chico a su espalda. – De la chica sí, de Vivi. – aquello
hizo que Sanji se pusiera en guardia. – Sigue viviendo
contigo, ¿no?
– ¿Para
qué la quieres? – Vivi escuchó sus voces y se acercó,
colocándose a la espalda de Sanji. Inmediatamente al verla, el
acompañante de Zoro se lanzó a abrazarla, sin ningún reparo. –
¿¡Qué narices haces!?
Era
un chico alto, de más o menos la edad de Sanji, quizá algo mayor.
Tez morena y ojos pequeños, de un color oscuro. Su pelo era castaño,
del color del desierto, y su rostro estaba decorado por una cicatriz
que le recorría el ojo izquierdo.
Estuvo
abrazándola hasta que vio que Vivi no pensaba corresponder. Se
separó y agarró con suavidad sus hombros.
– ¿No
me recuerdas, Vivi? – no recibió respuesta. – Soy yo, Kohza. Tu
hermano mayor.
(Silencio,
silencio, silencio...)
– Es
ella, ¿no? – habló ahora Zoro, dirigiéndose a Kohza.
– Sí.
sin duda.
– En
ese caso que prepare sus cosas, nos vamos.
– ¡Eh,
eh, eh! – Sanji se interpuso entre Vivi y Kohza, dejando a la
chica a su espalda. – ¿Quién os da la orden? Si os vais, que sea
como habéis vuelto.
– No
nos hace falta orden. Kohza es su familia, tiene el deber y el
derecho de hacerlo por ley.
– Sanji...
– podía apreciarse que estaba tan confundida como el día que
ambos se encontraron. – Es el chico que recordé.
Se
quedó parado. Miró a la chica, después a él, sin apartarse de su
sitio.
– ¿De
verdad es tu hermano...?
– Lo
soy. – afirmó, el susodicho. – ¿Y tú?
– Tu
cuñado.
– ¿Sois...?
– Y
además el que ha estado cuidando de ella todo este tiempo. ¿Ahora
apareces, casi dos meses después de que yo la encontrara herida y
amnésica? No tienes derecho a llevártela así porque sí.
Cogió
aire, queriendo seguir hablando en vano.
– Entiendo
lo que dices. Debería empezado a buscarla antes. Pero es mi
hermana. Por ley tengo el deber de ocuparme de ella.
– Por
actos tampoco lo tienes.
Zoro
empezó a perder la paciencia.
– Vamos,
prepara tus cosas. Nos vamos. – se negó.
– Dadle
al menos un día para prepararse. – habló Sanji. – Volved
mañana. Y ahora largaos de mi casa. – no les dio tiempo a
responder. Cerró la puerta de un portazo y se giró a Vivi, quien
seguía casi al borde del shock. Cogió sus manos y le sonrió. –
No te preocupes. Todo saldrá bien. ¿De verdad recuerdas que sea tu
hermano? ¿Estás segura?
– Sí...
Es el chico que te dije que había recordado.
Suspiró.
– No
pienses en eso. Ahora haré la cena, ¿vale? Relájate. – asintió,
y sin ganas, sonrió.
El
resto de la noche fue como lo era normalmente. Ambos cenaron, pasaron
un rato hablando en el salón y finalmente ocuparon sus
correspondientes dormitorios. A excepción de Vivi, que sólo 10
minutos después, entró al de Sanji.
– ¿Estás
despierto? – habló sin entrar aún a la habitación. Como
preguntó, estaba despierto, despojándose de su habitual chaqueta
negra.
– Sí,
¿te pasa algo?
– No,
sólo que... – se sentó en el borde de la cama, esperando que él
se sentara a su lado. Y continuó hablando. – Me gusta vivir aquí,
contigo. Así soy feliz. Pero Kohza... es mi hermano. – agachó la
mirada, bajando la voz. – No quiero que lo pase mal por mí. Ni
tampoco quiero abandonarte a ti... – calló unos segundos. Volvió
a alzar la cabeza, dejando ver cómo dos traviesas lágrimas
recorrían sus sonrosadas mejillas, hasta su barbilla; hasta morir.
– ¿Qué debería hacer?
11.-
Dudas.
Limpió
inmediatamente sus lágrimas y la abrazó con fuerza, dejando que
reposara la cabeza sobre su pecho.
– No
pienses en eso, ¿vale? No harás daño a ninguno. – no respondió.
Se aferró a su camisa, tan solo sollozando; empapando una parte de
la prenda de lágrimas. – Se arreglará. Todo saldrá bien.
Cinco,
quizás diez minutos estuvieron en silencio. Sólo un suave llanto de
fondo.
– No
llores más, Vivi. – retrocedió, de tal forma que pudo alzar el
rostro de la nombrada, desde su delicada barbilla. Sonrió y
susurró:– Sabes que vivo en tus ojos. Por eso me derrumbo con tus
lágrimas.
(Que
unos versos hagan sonreír a alguien. Raro, pero efectivo, ¿eh?)
Rió
con suavidad. Se llevó una mano a la mejilla y se deshizo de esa
agua salada. Esa composición de tristeza y confusión. De
impotencia, de no saber qué hacer.
– Eres...
– ¿Qué?
¿Un poeta del amor?
– Entre
tantas cosas... – sonrió, mostrando esa sensación de bienestar.
Suspiró y casi con timidez besó la comisura de sus labios. – ¿Te
importaría si quisiera dormir hoy contigo?
– ¡Claro
que no, peliazul~!
Sonrieron.
Vivi se recostó en la cama y se cubrió con las sábanas. Observó
con inocencia a Sanji, quien todavía se desvestía.
– ¿Qué
miras? – preguntó este, sonriendo con picardía al pillarla.
– A
ti. ¿No puedo?
– Claro.
– dejó su camisa echada en una silla, sobre su chaqueta. Y se
recostó junto a ella, tan sólo llevando unos pantalones. La abrazó
con fuerza y susurró sobre sus labios:– Pero así me ves mejor.
Rió.
Había pasado de simplemente estar a estar feliz. A sentirse segura.
Se
mordió el labio con suavidad y observó con cautela su torso, al
tiempo que con un dedo lo recorría. Ambos en silencio.
– Sanji.
– detuvo la marcha sobre su cuerpo y alzó lentamente la mirada,
hasta encontrarse con sus ojos. – Te quiero.
– Y
yo a ti, Vivi. – la abrazó con más fuerza, dejando que los
cuerpos de ambos se juntaran. – Más que a nadie. – despertó,
con esto, el sonrojo de la peliazul. – ¿A estas alturas te sigues
sonrojando?
– ¿Y
qué quieres? No recuerdo que nadie me haya dicho eso nunca... –
suspiró. Acercó los labios al cuello de su acompañante y depositó
unos suaves besos sobre él.
– En
algún momento lo recordarás... – susurró, dejando que sus ojos
se cerraran al notar los besos de la chica. – Pero en el momento
que eso ocurra no olvides esto. – con el dorso de la mano alzó su
rostro, hasta que sus miradas se encontraron. – Yo te quiero más
que nadie.
Se
quedaron así, analizando las miradas del otro, grabando en sus
memorias cada rasgo del contrario.
– Y
yo a ti... – escondió la cabeza sobre su torso, dejándose
abrazar por sus fuertes brazos.
Besó
su cabeza y susurró por última vez esa noche:
– No
pienses en nada malo, ¿eh? Yo te cuidaré siempre. – se acomodó
junto a ella y cerró los ojos. – Te quiero.
***
Los
primeros rayos de sol de la mañana entraban por la ventana,
obligando al rubio a cerrar los ojos con fuerza y, seguidamente,
abrirlos. Sonrió nada más despertar; fue Vivi lo primero que vio.
Grabó en su mente cada curva de su cuerpo, cada bache en el mismo.
Su
pálido rostro, en parte cubierto por su cabello azulado, transmitía
paz. Y su cuerpo, su esbelta figura marcada bajo las sábanas, hacía
un lento sube-baja al compás de su respiración.
No
quiso despertarla, hasta que ella misma abrió los ojos.
Sonrió.
– Buenos
días, cielo. – acarició sus mejillas con el dorso de una mano. –
¿Cómo estás?
– Bien...
– susurró, aún adormilada. – No está mal dormir contigo.
– Podemos
declarar mi cama de ambos. – rió, besando con suavidad sus
mejillas, hasta su cuello.
– Es
oficial, entonces.
Continuó
los besos, desde sus mejillas hasta su cuello, desde su cuello hasta
las clavículas, la barbilla...
– ¿No
te cansas de tanto besarme? – susurró la besada entre risas,
sonrojada desde no hace mucho.
– Nunca
podría cansarme de algo así. – la abrazó, sin cesar los besos,
pegándola a su cuerpo. – Ni mucho menos de ti.
¿Y qué podía hacer ella sino contraatacar?
12.-
– Sanji.
– le apartó de ella con suavidad, dejando sus manos posadas en su
pecho.
– ¿Ocurre
algo?
Negó
con la cabeza.
– No.
Pero está sonando el teléfono.
Tan
ocupado estaba en la peliazul que no escuchó la leve melodía del
aparato.
Sonrió
con algo de vergüenza, se levantó de la cama y se cubrió tan sólo
las piernas, con los pantalones que la noche anterior se había
quitado. Avanzó hasta el salón y casi con desgana descolgó el
teléfono. Le extrañó que sonara, puesto que no hacía mucho que
había amanecido.
– ¿Sí?
– una suave voz de mujer le habló al otro lado. Arrugó la nariz,
le costaba escucharla. – Sí... Soy yo. – Entonces una leve
mueca de preocupación se dibujó en su rostro. Vio a Vivi
acercándose a la sala, vestida con una de las camisas que él solía
llevar. – Iré enseguida. Gracias. – Colgó.
– ¿Qué
pasa?
– Era
una enfermera del hospital... Es el viejo. Dice que hace no mucho le
ha dado un paro cardíaco y que si no me importaría ir.
Se
quedó callada. Y él, sabiendo que no respondería, siguió
hablando.
– Hoy
el restaurante no abre. Iré a verle. – Volvió a la habitación y
ella le siguió. Sacó de uno de los cajones de un mueble de madera
vieja una camisa, similar a la que ella llevaba. – ¿Quieres
venir? – No lo dijo sino por ello, sino por no dejarla sola
habiendo visto que en cualquier momento tanto el policía como Kohza
podrían volver a por ella.
– No
sería buena idea... No le conozco, y no quiero ser un estorbo...
Suspiró.
Se acercó a ella y cogió sus manos.
– Por
favor. No quiero dejarte sola. No ahora. – Vio cómo parpadeaba y
supo que le había comprendido.
– Vale...
Dame 2 minutos. – Entró a su habitación. Abrió el viejo armario
y sacó un pantalón largo que inmediatamente se puso. Le quedaba
ligeramente ceñido. Después una camisa ancha, a color azul marino.
Con ella tenía medio hombro izquierdo descubierto. Nami, pensó.
Seguidamente agarró unas zapatillas a cordones, de colores
grisáceos. Salió con ellas puestas y vio a Sanji frente a la
puerta, agarrando en sus manos un cigarrillo y un mechero.
– Estás
preciosa.
– No
pienses en eso ahora. – sonrió, agachando brevemente la cabeza.
Avanzó y se colocó a su lado. – Vamos. – Movió la manivela de
la puerta a un lado y esta se abrió, dando paso al aún oscuro
pasillo.
Salieron
a la calle y echaron a andar, ni muy rápido ni muy lento. Un leve
escalofrío recorrió a Vivi y ésta se estremeció.
– Siento
que tengamos que ir caminando. – Habló Sanji, con la cabeza
gacha. Al alzarla dejó ver que se encendía un cigarrillo. – Hoy
domingo no puedo hacer otra cosa...
– No
te disculpes. – Giró la cabeza hacia él y le sonrió. – Al fin
y al cabo es como un paseo. – Le miró, y aun a pesar de mostrarse
despreocupado, supo que era lo contrario. – No te preocupes. Él
es fuerte... según me has estado contando. No pasará nada.
La
miró. Sonrió y con delicadeza agarró una de sus manos. Prefirió
no decir nada. Y así hizo hasta llegar al hospital. Era el mismo al
que llevó a Vivi cuando la encontró en el restaurante.
Caminaron
por el largo pasillo, hasta llegar a las habitaciones de los
ingresados.
– ¿Dónde
está?
– En
la 24.
Miraron
los marcos superiores de cada puerta, buscando el número. Vivi se
detuvo frente a una a mitad del pasillo. Estaba cerrada.
– Sanji.
– Le llamó. – Es aquí.
Él
se acercó y fijó la mirada en el pomo. Lentamente lo giró, dando
paso a cuatro paredes blancas acompañadas de un ventanal. Era una
habitación minúscula. Centrada en ella estaba la cama. Blanca, como
la sala. Sobre ella el hombre por el que hacían la visita, cubierto
hasta los costados por una fina sábana. A su lado una delgada barra
de metal, que conectaba a través de un tubo una bolsa de plástico
con un líquido transparente hasta el dorso de su muñeca. Sanji se
acercó a él. Parecía tranquilo, como si su corazón nunca se
hubiera parado.
– Viejo.
– le habló casi con rudeza; como hacía normalmente.
El
mencionado le miró y esbozó una mueca de desagrado.
– Tendrías
que estar en el restaurante.
– ¿Cómo
pretendes que abramos sin el chef? – Suspiró y se sentó en una
silla que había junto a la cama. – Además hoy es domingo. –
Giró la cabeza e hizo a Vivi ademán de que se acercara. – ¿Cómo
te sientes?
– Como
si estuviera atrapado en una camisa de fuerza.
Tanto
Sanji como la peliazul le miraron extrañados. No se mostraba como
cualquier persona a la que le da un paro cardíaco.
– ¿Eres
consciente de lo que te ha pasado? – recibió una mirada de odio.
No le dio importancia. – Si vuelve a pasarte podrías no contarlo.
Cuando salgas de aquí tomarás medicinas para ello. Y haz el favor
de no alterarte tanto con nada.
Gruñó.
– No
me digas lo que tengo que hacer. – Entonces se fijó en Vivi. La
señaló con la mirada, pensativo. – ¿Es la chica que
encontraste?
Ladeó
la mirada para verla y sonrió.
– Sí.
Es Vivi.
13.-
Miró el muslo izquierdo de la chica y después sus ojos.
– Veo que te has recuperado. – Asintió, y, agradecida, le sonrió. – ¿Sigues viviendo con este mocoso?
– Sí. – Interrumpió Sanji, algo malhumorado. – Todavía no recuerda mucho... así que seguirá conmigo. – Zeff rió, con un ápice de burla. – ¿Qué pasa?
– Me extraña que una chica sea capaz de aguantaros a ti y a tu debilidad por cada mujer que ves.
– De hecho... – Dio un suspiro, y casi con orgullo agarró con sus manos la derecha de Vivi. – Ya no creo tenerla con ninguna otra mujer.
Entonces Zeff le entendió. Resopló.
– Mocoso pervertido. – Le salió una venita en la frente. – Estoy bien. Podéis iros.
– ¡Te ha dado un infarto! No estás bien.
– No quiero que un mocoso se preocupe por mí. – rechistó. – Estoy bien.
Suspiró y, resignado, se levantó de su silla.
– Si ocurre algo sabes mi teléfono, y las enfermeras lo tienen. No prescindas de los médicos. – Dio media vuelta, salió del cuarto y esperó apoyado en una pared, junto a la puerta.
Vivi le siguió, y antes de salir, se despidió:
– Encantada de conocerle. Espero que se recupere.
Y, caminando, se dirigieron a casa.
– ¿Quieres que desayunemos fuera, Vivi?
– Hoy es domingo. – Se fijó en la ceniza que caía de su cigarrillo y le sonrió. – No habrá ningún restaurante abierto.
Aspiró el mismo humo que posteriormente había soltado y miró al cielo.
– Tengo un restaurante, ¿sabes? Podría abrirlo sólo para nosotros.
– ¡No! Te meterás en problemas si te pillan. Podemos pasar el día en casa.
Detuvo el paso y se coloco frente a ella, frenando el suyo. Cogió sus manos y, más que hablar, casi le suplicó:
– Eso no es un problema. Por favor. Quiero que pasemos un día solos, sin nada ni nadie más. – Ella le miró, sin creerse la forma en que le pedía algo tan simple. – Por favor.
– Vale, vale... Como quieras. Decides tú.
– ¡Genial! – Juntó sus dos manos y la miró con emoción. – No te arrepentirás, peliazul.
Y, así, y a pie, llegaron al Baratie. Sanji, del bolsillo derecho de su pantalón, sacó una pequeña llave de cobre. La introdujo en la cerradura de la puerta y tras un leve chasquido, se abrió. Hizo una leve reverencia frente a Vivi y extendió un brazo señalizando el centro del local.
– Las damas primero.
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